viernes, 26 de abril del 2024

Las monedas de plata de Rufián

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Beatriz Talegón
Beatriz Talegón
(Madrid, 5-5-1983) Licenciada en Derecho por la UAH, estudios en economía del desarrollo por la LSE en Pekin. Analista política. Ex Secretaria General de la Unión Internacional de Jóvenes Socialistas Actualmente colabora como analista política en distintos medios de comunicación (prensa escrita, radio y televisión).
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Hay quien analiza la política como si estuviera viendo un partido de fútbol. Básicamente lo que hacen «los tuyos» es estupendo y lo que hacen «los otros» es siempre terrible. La política de la polarización, de los buenos y malos, de los listos y los tontos, de los que te representan y los que te quieren destruir.

Un discurso que sirve para quienes son de gatillo fácil, de poca reflexión y desde luego de conformarse con cualquier tontería que suene un poquito llamativa.  Y a esa gente creo que es a la que se dirige Rufián. No de ahora, sino  de siempre.

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Hablar a la gente como si fuera idiota a veces funciona, pues pones mensajes en bandeja para que se entiendan rápido, para que causen efecto y para que piquen los que no tienen ganas ni interés en profundizar un poquito, en tirar del hilo y en entender realmente con qué intención se dicen las cosas.

Es un buen caladero en una sociedad absolutamente adormecida socialmente, acrítica, sin posibilidad tampoco de buscar alternativas a los medios de comunicación que ponen el foco en la superficie. Rufián sabe muy bien en qué terreno se mueve y aprovecha sus dotes innatas para el chascarrillo, la frase grandilocuente y en definitiva, hacer de la política «el sálvame» de turno. Las teles se nutren de estos titulares, así como los medios del «click» rápido. Todos contentos. Rufián las suelta, los medios generan audiencia.

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El asunto se ha complicado un poco más desde que ayer, en atención a los medios de comunicación en el Congreso de los Diputados, Rufián aprovechó una pregunta de Javier Negre para dinamitar la coalición entre ERC y JxCAT que configura el Govern.

En primer lugar es sorprendente que fuera Rufián el que hace meses firmase junto a otras fuerzas políticas del Congreso un documento donde se pedía que algunos periodistas dejasen de acudir a las ruedas de prensa (lo decían por Negre entre otros).

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Este era Gabriel Rufián negándose a contestar a Javier Negre: «No participamos de burbujas mediáticas de la extrema derecha» decía. Así se hacía eco el propio «medio» de Negre de la reacción de Rufián el 30 de noviembre de 2021.

Pues ayer Rufián sí decidió participar de las burbujas mediáticas de la derecha. Y lo hizo encantado, porque parece que el tema sí merecía romper su cordón sanitario a esos medios que él mismo había señalado.

Ayer respondió a Negre de esta manera

La respuesta de Rufián es para pararse a escucharla. En su tono habitual, del que no hay nada que objetar porque es lo de siempre, viene a decir que eran los «señoritos» jugando a espías los que se relacionaban con «sátrapas». En primer lugar, lo de «señoritos» ya infiere el intento de generar un discurso de «clase social», de una manera bastante cutre. Porque ERC quiere acaparar la representación de la clase trabajadora, de las gentes humildes, y fundamentalmente este es uno de sus ejes: que son de izquierda (si eso a día de hoy quiere decir algo), que los de Puigdemont son burguesía catalana.

El discurso blando y simple de quien desconoce que cualquier revolución, para ser, necesita de las clases «burguesas», esas de las que se llena la boca este señor y que deberían ser analizadas correctamente para saber a quién está refiriéndose. No vaya a ser que este hombre siga en un discurso trasnochado que nada tiene que ver con la realidad, donde las clases medias se sustentan en muchos casos de emprendedores, trabajadores autónomos que se ganan la vida como buenamente pueden sosteniendo un sistema a base de impuestos. No sé yo muy bien de qué burguesía habla este Rufián, cuando las clases realmente ricas no juegan a la política, sino que la manejan desde mucho más arriba. Por no ir, estoy segura de que no van ni a votar esos «burgueses».

Pero ahí viene el primer señalamiento: los de Puigdemont son «señoritos». Yo me pregunto dónde ponemos la línea para considerar a alguien «señorito» o «clase trabajadora», sobre todo cuando quien está diciendo esto cobra un pastizal de mis impuestos y se llena la boca de ser clase trabajadora, cuando lleva más tiempo pisando alfombras que currando por su cuenta. Pero bueno, debe ser que yo, que llevo trabajando desde los 16 años, cotizando y no habiendo mamado jamás de ninguna teta de ningún partido, debo ser para este señor «burguesa» porque soy una profesional liberal (autónoma). Y curiosamente sigo defendiendo la justicia social, el pago de impuestos, y los derechos y libertades públicas.

En fin, que no, que no me representa ese discurso de la burguesía, la casta y los oprimidos proletarios. Porque como no tengamos una visión un poquito más actualizada de lo que es la sociedad, las clases sociales actuales y cómo se plantean las necesidades la izquierda seguirá absolutamente como hasta ahora: haciendo el ridículo y siendo bastante inservible para la sociedad. Y lo digo siendo de izquierdas y estando absolutamente harta de discursos vacíos, de la izquierda de las «tontás».

A continuación Rufián habla de que estos que juegan a hacer de espías se reunían con gente con la que no hay que reunirse. No sabemos bien de quién habla, y me sorprende que, salvo que estemos hablando de algún nombre concreto, eso de tirar la piedra y esconder la mano es algo feo.

Sigo: resulta que todo eso, eso tan feo que señala Rufián, era para hacerse Selfies. «nada más», dice Gabriel. O sea que acusas a alguien de algo que parece terrible y que al final era «hacerse un selfie». ¿En serio? En mi tierra a eso se le llama ser cobarde: tirar la piedra y esconder la mano.

¿Hablamos de selfies con gente, Rufian? Porque tanto tú como yo tenemos selfies con mucha gente. Tú tienes incluso selfies con gente con un cartelito de Vox colgado. Te han atizado por ello y a mi por hacerme fotos con quien ha venido a hacérselas conmigo. ¿Qué hacemos Rufián? ¿Criminalizamos el selfie? O es que, ¿acaso quieres dar a entender que cuando nos hacemos una foto con alguien significa algo? Es sorprendente que te bases en una foto con alguien para intentar desacreditar a alguien. Precisamente tú.

 

Todo esto encierra, en mi opinión, posibles razones que habrían movido a Rufián a aprovechar la situación del conflicto de Ucrania para arrimar el ascua a su sardina. Como ha hecho siempre, como hizo con aquel tuit sobre las 155 monedas de plata. Un tuit por el cual pidió disculpas personalmente a Puigdemont. Yo soy testigo.

Ahora que la moda es demonizar a Putin, como si no fuera el presidente de una gran potencia, con quien se han hecho fotos absolutamente todos los dirigentes políticos de este país, Rufián ha querido subirse al carro de unas acusaciones muy burdas que han intentado señalar a sectores independentistas de supuestos vínculos con Rusia. Una investigación policial que quedó en nada porque el juez consdieró que simples recortes de prensa no podían servir para establecer vínculos tan específicos como los que se apuntaban, sin prueba alguna. Pero a Rufián ahora parece que le gusta alimentar este relato. Ha visto de oferta la mierda gratuita con todo lo que pueda vincularse con Putin y allá que se ha lanzado.

Que el Señor Rufian ha demostrado no tener ni idea del conflicto en Ucrania ya lo hemos visto desde el primer momento. Que se ha querido subir a ciertos carros para aparecer como el colaborador del PSOE también. Y que lo que se espera y desea desde ERC es reventar por cualquier medio el Govern y quitarse de encima a Puigdemont es evidente.

En Política es importante mantener la ética y la palabra dada. Si Rufián supiera algo de historia sabría que parte del conflicto en Ucrania tiene mucho que ver con los pactos rotos, con las promesas incumplidas y con las trampas. No es bueno pactar con tramposos. Y un adelanto para Rufián: la OTAN, esa que parece defender en sus discursos para posicionarse contra Rusia, ha sido la que ha venido incumpliendo sus acuerdos sistemáticamente desde la década de los noventa.

Pregúntele ahora a Zelenskiy, Señor Rufián, qué le ha pasado con las promesas de la OTAN: se lo puede contar también Borrell, que públicamente ha venido a reconocer que más o menos le han tomado el pelo al ucraniano y a los georgianos. Puede usted seguir aplaudiendo a la UE y a la OTAN, Señor Rufián.

También puede seguir aplaudiendo al señor Zelenskiy, representante de una parte de Ucrania que lleva años intentando eliminar de su tierra a quienes no piensan como ellos, a quienes promueven referendums de autodeterminación y a quienes declaran su independencia por la represión del Gobierno Pro Europeo de Ucrania. ¿No le suena? Ah, ya veo, que ahora toca ponerse del lado de los ultra nacionalistas ucranianos, esos que prohiben hablar en ruso a parte de su población, esos que vienen masacrando a la región del Donbás, esa que se había declarado independiente hace unos años y de la que usted jamás habló.

Mírese de paso, no sólo los acuerdos de Minsk, ni todo lo que usted obvia en su simplificación del conflicto. Mírese sobre todo ese acuerdo que su partido firmó para investir a Pere Aragonés. Míreselo, no vaya a ser que lo esté usted incumpliendo.

Yo, más allá de tener mis filias y fobias, de que me gusten más unos u otros, lo que tengo claro es que no me fío de quien incumple sus promesas. No sé si llamarlos sátrapas, pero desde luego, que de fiar no son.

 

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