jueves, 25 de abril del 2024

La autodestrucción de Argelia

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Ouarzazi Abdel-Wahed
Ouarzazi Abdel-Wahed
Profesor agregado de Economía (Bélgica) Licenciado en Economía y Gestión por la Universidad de Grenoble (Francia) Ex responsable de Educación en Derechos Humanos de Amnistía Internacional Ex miembro de la Comision Políticas Migratorias en representación de la Delegación Provincial de Cultura de Cádiz
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Como era de esperar, Argelia ha reaccionado negativamente al reto, lanzado por el Rey Mohamed VI, de construir unas “relaciones fraternales”, prefiriendo continuar serpenteando por las tenebrosidades de la sinrazón anunciando la rotura de relaciones con Marruecos. Por analogía, la metáfora de la serpiente es elocuente. El reptil, mientras se deslizaba entre utensilios de carpintería, rozó con el diente cortante de la sierra. Furioso, erigió su cabeza y asestó un mordisco violento a su dentellada hoja, resultando gravemente herido. Cegado por su cólera decidió rodearla con su cuerpo al tiempo que ejercía una violenta presión contra la afilada sierra con el fin de asfixiarla.

Argelia se ha autodestruido por su propia ira en un momento histórico, de grandes cambios en la región y en el que el régimen militar argelino estaba obligado, por la fuerza de los hechos, a reorientar su política en el Magreb como única vía para su propia salvación.

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La República Argelina Democrática y Popular con su anticuado sistema político, cerrado y sin posibilidad de liberalizar su maltrecha economía, anda a golpe de improvisación guiado por el rencor. Las instituciones financieras y agencias de notación internacionales la califican de “desastrosa”. Un país rígidamente dirigido por una Junta Militar que tiene a su presidente Tebboune atado de pies y manos, convertido en simple portavoz. Argelia, al igual que todos los sistemas políticos social-comunistas, es un país sin rumbo y sus relaciones internacionales, no sólo con Marruecos sino con toda la Comunidad Internacional, salvo raras excepciones (Rusia, Cuba, Venezuela, Irán, Sudáfrica…), son muy difíciles. Por su génesis anticapitalista ha impedido el desarrollo de la Unión del Magreb Árabe (UMA) que pretendía unir aduanas, liberalizar la circulación de sus ciudadanos, de bienes y servicios, así como de capitales, pudiendo con ello culminar con la creación de una moneda única.

Los militares argelinos han venido descapitalizando el país desde 1975, malgastando así una fortuna incalculable en una causa perdida (el Polisario). Una decisión política a todas luces malograda. Guiada sólo por la ira. Como resultado, Argelia es hoy un Estado fallido mientras Marruecos se erige como potencia regional y continental preponderante, siendo una fuerza útil para sí y para su área de influencia, incluida Argelia que ha perdido la batalla geopolítica. De modo que la actitud cooperativa de Marruecos hacia Argelia y demás vecinos del Magreb y del continente africano le perturba. Cabe destacar que mientras el Rey Mohamed VI ofrecía aviones para sofocar el fuego que devastaba el norte del país, con más de 100 muertes entre civiles y militares, el pseudo presidente Teboune acusaba a Marruecos y a Israel, como de costumbre y sin la más mínima prueba, de estar detrás de los incendios.

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En cada discurso conmemorativo, el Rey de Marruecos tiende la mano a Argelia, a sabiendas de que los militares no aceptarían ningún apaciguamiento, sino mantener el statu quo de la confrontación y donde los militares se sienten cómodos. Pues la diplomacia no va con ellos. No obstante, el trasfondo político de los discursos reales, léase fundamentalmente como testimonios que evidencian, ante la Comunidad Internacional, la sinrazón de Argelia y su continúo inmovilismo para disipar un diferendo “inventado”. Y sobre el cual el Consejo de Seguridad está mostrando ya su hartazgo y a punto de concluir con una declaración de Francia, Inglaterra, China e incluso de Rusia a favor de la propuesta de Autonomía que ya goza de un apoyo internacional mayoritario.

La Comunidad Internacional es consciente de la dramática situación política, económica y social de Argelia que amenaza no sólo a Marruecos, sino al resto de los vecinos, incluida Túnez, Libia, Mauritania y el Sahel por un lado y, por otro, España, Francia e Italia. Mientras el Rey Mohammed VI, desde una visión constructivista, apela a la lógica de la sensatez y de los intereses supremos de ambos países (seguridad, estabilidad y prosperidad) proponiendo dejar atrás el pasado para construir una alianza fraternal, Argelia contraataca con lo único que sabe hacer que es “destruir” las mínimas relaciones diplomáticas que existían con Marruecos. Lo que explica la continuidad del fallido modelo político argelino basado en la controversia y que, además, navega a contracorriente renunciando al obligado ajuste de expectativas acorde con las dinámicas geopolíticas y geoeconómicas reinantes y que, precisamente, van en contra sus propios intereses.

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El rencor enfermizo y la energía malsana desplegados por Argelia, desde su fundación como país, ha sido la clave de su perdición y donde sigue enredándose, irracionalmente, a modo de reptil sobre la sierra de carpintería al tiempo que ejerce una violenta presión contra sus afilados dientes autodestruyéndose por su propia ira, ya en modo suicidio. Una actitud irresponsable de los militares que no hará más que ahondar en la desesperación del pueblo argelino y en el empobrecimiento de un país que se dirige inevitablemente hacía el colapso.

De hecho, la serpiente murió diseccionada en pedazos por la fuerza de su propia ira.

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