sábado, 20 de abril del 2024

Sáhara, entre el diálogo y la guerra

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Ouarzazi Abdel-Wahed
Ouarzazi Abdel-Wahed
Profesor agregado de Economía (Bélgica) Licenciado en Economía y Gestión por la Universidad de Grenoble (Francia) Ex responsable de Educación en Derechos Humanos de Amnistía Internacional Ex miembro de la Comision Políticas Migratorias en representación de la Delegación Provincial de Cultura de Cádiz
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La oligarquía militar argelina está precipitando nuevas dinámicas al recrudecer sus provocaciones contra el Reino de Marruecos. Al llamamiento a la guerra, por parte del Polisario, le han seguido las hostilidades verbales y amenazantes de los altos mandos del Estado Mayor argelino.

Si en política se suele elegir entre lo malo y lo peor, en el caso del Sahara marroquí, la decisión se dirime entre el diálogo o la guerra. La ecuación geopolítica, así planteada, no es tan compleja como parece si consideramos la trascendencia de un conflicto bélico en la zona.

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Marruecos, potencialmente posicionado, se enfrenta a una Argelia técnicamente en quiebra económica y social que, armado hasta los dientes, patalea sobre un fondo que resuena a tambores de guerra.

Mientras el Hirak está pidiendo, insistentemente, responsabilidades y cambios radicales que culminen con la desaparición del gobierno de los militares y sus veleidades para centrarse en un gobierno civil de salvación nacional, el presidente Tebbun, en sus últimas declaraciones, insiste en que su posición respecto al Sahara sigue invariable, marcando así la línea a seguir por el Polisario. El país está desangrando precisamente por haber hipotecado toda su riqueza, presente y futura, en armamento y por haber hecho del Sahara su causa nacional, comprometiendo su propia estabilidad política, económica y social. De hecho, Argelia está en una grave crisis (sin recursos, sin liquidez y sin vacuna) y, sobre todo, sin saber cómo justificar su fracaso ante una población en permanente contestación. La juventud del Hirak grita “no a los militares corruptos”, “Sí a un gobierno civil”, “Independencia”, “Sahara marroquí”, “Fuera Polisario”, etc., poniendo, además, en ridículo a los militares por sus soflamas de primera potencia de la región y de líderes de África. El cambio de Bouteflika por Tebbun fue un espejismo. Y, esta vez, el Hirak parece estar decidido a subvertir el statu quo. Ni siquiera el reciente anuncio de la disolución del parlamento y de nuevas elecciones para el 12 de junio próximo ha contentado a las masas. Y, por si fuera poco, el líder separatista de la Cabilia en el exilio, Ferhat Mehenni, acaba de convocar un referéndum de autodeterminación de esta región beréber para el 20 de abril de 2021.

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La inflación galopante, la corrupción generalizada, la represión, la escasez y la pobreza extrema han terminado por socavar el poder fáctico de los Generales. El mercado de capitales le niega los créditos. Francia, harta de los militares, sólo ofrece bienes a cambio, pero no la liquidez. Los países del Golfo declinan auxiliarle por su violencia política y su alineación con Irán. Sus socios tradicionales, China y Rusia, se limitan a ofrecerle ayuda puntual y humanitaria (donación de vacuna, Sinopharm y Sputnik). No olvidemos que estamos hablando de un país con recursos que se ve incapaz de salir adelante por sí sólo y esté incluido en el programa COVAX de la OMS, para la vacuna anti Covid-19, destinado especialmente a países pobres.

Así, el régimen argelino, que está viviendo el peor de los escenarios posibles, ve con impotencia cómo está siendo superado por un Marruecos que ha sabido posicionarse en el tablero geopolítico y geoeconómico del continente africano. Como respuesta, los Generales han optado por elevar más el tono contra su vecino acusándole de todos sus males. La prensa argelina, con unanimidad, no para de lanzar fake news que sobrepasan la ética deontológica de la profesión. Las repetidas acusaciones difamatorias y sus transgresiones verbales provienen de todo el establishment argelino. Sus anútebas intimidatorias se extienden igualmente a EE.UU, Francia e Israel.

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Recientemente, un programa televisivo argelino ha intentado mofarse de Mohamed VI exhibiendo su guiñol, algo que no es habitual en los países árabes. Un acto ofensivo, para Marruecos, que ha incendiado las redes sociales. Paradójicamente, un joven internauta argelino, Walid Kechida, fue condenado el 4 de enero de 2021 a 3 años de prisión por “delito contra el presidente”, tras publicar sus caricaturas en Facebook.

Dos no pelean si uno no quiere, pero Marruecos se está viendo arrastrado a un enfrentamiento bélico sin desearlo. Pues es posible que los Generales, heridos en su orgullo, estén dispuestos a morir matando, en una desesperada huida hacia delante, implicándose militarmente en el Sahara marroquí. Así, una guerra abierta en la región no deja de ser una opción más que probable. La última provocación fue el 18 de marzo de 2021, consistió en desposeer de sus cultivos, en territorio argelino cerca de la frontera con Figuig, a agricultores marroquíes que llevaban explotándolos desde hace más de medio siglo. Lo que nos trae a la memoria el drama de la expulsión de más de 50.000 marroquíes de Argelia en 1975, justo después de la Marcha Verde.

Para evitar una guerra en la cuenca del Mediterráneo, tendría que obrar el milagro de un diálogo entre las partes. Es obvio que Argelia está involucrada y parte activa del conflicto y ya aparece mencionada en las últimas Resoluciones de la ONU. El frente Polisario, debilitado y dividido, no es más que un instrumento bajo órdenes argelinas y sin vela en este entierro. En este sentido, Marruecos siempre se ha mostrado dialogante, tendiendo la mano a Argelia en varias ocasiones. Un guante que sigue sin recoger.

Los militares argelinos no cesan de apelar al espíritu de su revolución confiando en que un enfrentamiento desviaría la atención del Hirak y soldaría la fractura social. Pues parecen necesitados de algún éxito para justificar su hecatombe económica y su fracasada política en el Sahara. En este sentido, cabe señalar que el Reino de Marruecos ha mostrado su poder de contención en mantener la paz a través de una efectiva diplomacia proactiva, donde ha mostrado ser letal.

Un escenario bélico sería nefasto para los contendientes, para la región y para el continente. Y donde nada volvería a ser igual. Tanto Marruecos como la comunidad internacional, sobre todo EE.UU, Francia, UE e Israel, además de la propia sociedad argelina, no toleraría la continuidad de una oligarquía militar amenazante, sin proyecto de país y cada vez más iranizada. Ni permitiría la formación de una república saharaui, monitorizada por Argelia, en las costas atlánticas y en medio de una zona apestada de terroristas descontrolados. En este contexto hipotético, se plantearía necesariamente la cuestión del enorme arsenal en poder de los Generales. Más concretamente, la prioridad se centraría en evitar que caiga en manos de los terroristas de Al-Qaeda del Magreb Islámico (AQMI, cuyo jefe es un argelino) y del DAECH (cuyo jefe es un saharaui de los campos de Tinduf), muy activos en el Sahel.

La comunidad internacional, proclive a una autonomía del Sahara marroquí en los términos propuestos por Marruecos, tendrá la misión de obligar al régimen argelino al diálogo y a Marruecos a no dejarse arrastrar a un conflicto bélico.

La banalidad del mal no puede acallar la palabra ni prolongar inhumanamente la agonía de los rehenes saharauis de Tinduf.

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