jueves, 05 de diciembre del 2024

Las urnas catalanas derrotarán de nuevo al Reino de España

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Ahora que ha finalizado una campaña electoral cuyo resultado puede acercar el cambio en la geografía política del Reino de España*, y eso es algo que a muchos ocupantes de escaños en el Congreso les importa más que la democracia, conviene reflexionar para entender el porqué de la derrota que el entramado en crisis del 78 recibirá el 14 de febrero en Catalunya.

 

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Además, no deja de ser este 13 desde donde escribo ese día de reflexión establecido en una LOREG aprobada hace más de 30 años por unos políticos que tomaron, y siguen tomando, a sus compatriotas por niños y tontos, necesitados de aislarse para pensar solo cuando las leyes lo dictan.

 

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Todo hace pensar que las elecciones del 14 F van a significar el inicio de una nueva etapa de colaboración entre Junqueras, Puigdemont y sus respectivos pues, con tanta persecución sufrida desde lo del 1 de octubre de 2017, pero también implicados en la gobernanza de Catalunya tras ganar en las urnas del 21 de diciembre siguiente que confirmaron la victoria del referéndum, era más que inevitable que afloraran las diferencias.

 

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Se ilusiona todo el españolismo con que las causas de los conflictos en el bloque contrario son otras y para siempre, pero se les ve mucho el plumero a los Sánchez y compañía cuando, sabiéndose perdedores, especulan sin descanso con la repetición de las elecciones mientras reaccionan fatal contra el acuerdo de todos los independentistas para cerrar cualquier opción a gobernar Catalunya con el PSOE.

 

Por lo demás, no nos pasa desapercibido que, salvo el primer día tras lo de la sentencia que ha obligado a votar el 14D bajo el terror al contagio masivo, ningún ministro más haya insistido en lo de respetar los resultados electorales pase lo que pase. Para qué engañarse: los españolistas nunca han querido conocer a los catalanes. Ni querrán jamás. Ese es su fracaso principal.

 

En cambio, es muy probable que los votantes independentistas sí sean comprensivos con las tensiones entre los partidos que defienden su causa. De otra manera, no se entiende el pánico españolista a la desmovilización de los suyos, pues hasta antes de que estallara la movida catalana era ley de cualquier convocatoria electoral lo de que la división y los conflictos son veneno para los candidatos.

 

Este comportamiento del elector catalán no debe ser ajeno a lo que afirma alguien como Michavila, el jefe de GAD3, que los pone como ejemplo de electorado al que le gusta conocer lo que vota, a quién y lo qué propone, y que sabe diferenciar como el que más unas urnas de las otras.

 

Ya que han salido a colación las demoscopias, encajaré aquí mi pronóstico para el 14 F, algo que la LOREG no puede impedir porque no se trata de una encuesta sobre intención de voto, ni siquiera el análisis de las muchas realizadas por terceros, sino una estimación calculada a partir de los comportamientos espontáneos de personas convocadas cuya reacción ha sorprendido y traído de cabeza a los organizadores de la jornada electoral. Solo añadiré que lo que la Excel diseñada para la ocasión me dice es que la mayoría independentista en votos puede pasar del 55%, un golpe que, como decía al principio, puede ser definitivo para el entramado del 78.

 

Desde el 15M parecía que iban a ser otros los que cambiarían esa referencia, ya tan obsoleta y escapado de la Justicia su “garante” para descansar sin molestar y hasta el final en Abu-Dabi, pero la vida siempre proporciona sorpresas.

 

Regresando a los argumentos de campaña, Salvador Illa y el resto de candidatos que quieren que Catalunya siga vinculada al Reino han acudido todos, aunque cada uno con sus matices, con ese mensaje de “acabar con la decadencia de Catalunya, pasando página a un periodo que ha dividido y enfrentado a los catalanes, etcétera…”.

 

Resulta que en el Reino de España la democracia para los de abajo son urnas cada cuatro años y unas libertades con 14 artistas condenados, contra los 13 de Irán y menos en cualquier otro país, según la ONG Freemuse.

 

Pero a los políticos, y por culpa de esas urnas que siempre pueden sorprender, la democracia les obliga también a dialogar, negociar y llegar a acuerdos. De lo contrario, quienes terminan tomando las decisiones son jueces que piensan que “los epidemiólogos son médicos de Primaria que han hecho un cursillo”, otros como ellos que ordenan votar a millones bajo la pandemia sin asumir responsabilidad alguna aunque después se multipliquen los contagios y, por último, los más importantes dictando sentencias, esos que encarcelan a los del equipo adversario que lo que buscan es hablar de todo, digan lo que digan las leyes, porque si prohíben hablar de algo esto ya no es democracia.

 

Para comprobar el mantra ese de la división en Catalunya conviene repasar el currículum atesorado, en cuanto a lo de dialogar y demás, por los partidos políticos que han estado gobernando allí y que, como es natural, son los principales responsables de los éxitos y los fracasos, aunque cuando se está sometido a un poder más fuerte y que amenaza, léase Reino de España, la culpa de lo que pueda ocurrir es siempre relativa.

 

Comenzando por quienes desde sus catalanismos de derechas e izquierdas han migrado a los independentismos respectivos, hay que reconocer que tanto los de Pujol y después Más, como los de ERC cuando han tenido que hacerlo, han investido sin complejos a los sucesivos gobiernos del Reino.

 

Un voto “necesario”, no hay que olvidarlo, porque socialistas y populares tenían que parecer distintos y enfrentados durante décadas y, por tanto, preferían buscar los apoyos de las bisagras. Pero nadie puede culpar a una bisagra de haber sido fabricada.

 

Mientras tanto, en Catalunya tampoco dudaron los de ERC a la hora de montar tripartitos con aquel PSC de Maragall o Montilla en cuanto tuvieron la oportunidad de desplazar a los sucesores directos de Pujol.

 

Y tampoco fueron catalanes los responsables de que, gobernando los de Carod Rovira con el PSC en la Generalitat mientras la derecha convergente negociaba con Zapatero el nuevo Estatut hasta aprobarlo en referéndum sin que ninguna de las partes negociadoras se rasgara las vestiduras, el rancio españolismo de un PP que siempre ha sido Vox también, recurrió al TC para demostrar que todos los habitantes del mundo con DNI del Reino de España deben estar dispuestos a soportar con el mismo masoquismo cualquier abuso del autoritarismo centralista.

 

En este sentido, hasta los de Rivera cuando sus votos valían para algo, y que no por casualidad nacieron en Catalunya aunque sean visceralmente anti independentistas, fueron más capaces que los del PSOE de firmar pactos para intentar gobiernos en La Moncloa, mientras en 2016 los barones no pararon hasta acabar con Sánchez para impedir que negociara acuerdos con los partidos que a ellos no les daba la gana y después, entre abril y noviembre de 2019, fue el propio Sánchez quien, con la inestimable “ayuda” de Iglesias, no pararon de no negociar hasta que Vox consiguió más de 50 escaños y, con ese miedo en sus cuerpos, y conseguido solo por ellos, ocurrió lo del abrazo.

 

Por no hablar de un PP que, con 123 diputados, se permitió la chulería de ni siquiera intentarlo tras el 20D de 2015. Negociar debe ser como una tortura para un español de los de verdad, acostumbrado a conquistar.

 

Pero aún sorprendió más en el Reino de España la coalición electoral y de gobierno que pactaron ERC y CiU, la denominada JxSí que fue imprescindible para ganar las elecciones de 2015 y asumir ante su electorado el compromiso de convocar con todas sus consecuencias lo que había sido un ensayo el 9 de noviembre de 2014, dado que aquella movida tampoco había servido para convencer al Reino de que lo de negociar sin líneas rojas iba en serio.

 

Llegados a una situación en la que todo el mundo sabía que en Catalunya se convocarían elecciones, resulta casi increíble que un gobierno de coalición que defiende la unidad del Reino no haya adoptado dos decisiones perfectamente democráticas que hubieran podido movilizar a su electorado.

 

La primera, una coalición electoral de oportunidad y solo catalana entre PSC y Comunes, partidos que ya gobiernan juntos en el Ayuntamiento de Barcelona y en La Moncloa, por poner dos ejemplos. Mientras la LOREG siga vigente, para sus autores los españolistas, y para cualquier otro bloque, cinco candidaturas conseguirán menos escaños que cuatro.

 

La segunda, ese indulto que desde hace muchos meses deberían haber aplicado a todos los presos políticos. Una de las “mejores democracias del mundo” no se atreverá jamás a aprobar una amnistía que no pueda servir, también y principalmente, para salvar asesinos como los franquistas, algunos de los cuales deben vivir en el cielo pues, cuando a su puerta llegaron y viendo San Pedro que traían tal certificado de perdón, no le quedó más remedio que dejarles pasar.

 

En una democracia, incluso imperfecta, no debemos interpretar que renuncian a sus posiciones unos políticos poderosos que, como los españolistas, no agotan todos los procedimientos pacíficos, sin policías ni justicias, para llegar a acuerdos con unos y/o con otros y así cambiar una realidad que incomoda. Lo que les ocurre es que, antes de que nadie pueda pensar que hacen la menor concesión prefieren, llegado el caso, recurrir a la violencia de que disponen para conseguir lo que pretenden. Muchos de ellos, los peores, son plenamente conscientes que reservarse el empleo de la fuerza como opción les lleva a esforzarse muy poco a la hora de utilizar las estrategias sin víctimas.

 

Llegados, porque lo manda la LOREG, al día de la reflexión obligatoria, hagámoslo buscando respuesta a los dos interrogantes que se abren tras la victoria independentista que, contra viento y marea, viviremos el 14 de febrero:

 

¿Qué harán desde La Moncloa esos ministros/as que presumen de la consolidada democracia española cuando, fracasada la estrategia de represión institucional aplicada en Catalunya desde 2010, los franquistas de Vox pasen de los insultos en los debates a una estrategia de provocación permanente en multitud de formatos, dentro y fuera del Parlament, siguiendo las consignas del discurso de Felipe VI del 3 de octubre de 2017, y que pueden dejar lo del asalto al Capitolio, tras las consignas de Trump, en un juego de niños?

 

En USA a su ex el montan un “impeachment”. ¿Y en el Reino de España?

 

La pregunta es pertinente hoy porque en el futuro los historiadores contarán a sus alumnos que en 2021 el españolismo derrotado por la anti política practicada contra el independentismo consiguió colocar en el Parlament de Catalunya a los neofranquistas de Vox y… (imagine usted como acabará esta historia, porque hay un final para cada reflexión posible).

 

El segundo interrogante es doble y busca respuestas fuera de nuestras fronteras, o no, porque hay quien dice que todos somos Europa.

 

¿Cuántos conflictos diplomáticos en el peor de los momentos debe provocar el ego de un tal Borrell para que Úrsula von der Leyen decida destituirlo?

 

Difícil la respuesta, pues es más probable que dos en horas muy bajas intenten blindarse entre ellos, artículo en El País firmando por ambos, para desgracia de la inmensa mayoría hasta que los dos caigan.

 

¿Y cuantos para que la Europa política decida dejar de hacer lo mismo que el peor españolismo, considerando que Catalunya solo es del Reino de España y dejando que cualquier asunto solo político lo resuelvan los tribunales, cuando ya nada podrá ser bien resuelto?

 

*Y no me estoy refiriendo a lo que pueda tardar Biden, quizás más de lo que dure en su nuevo cargo, en revertir la acción “póstuma” de Bush con respecto a Ceuta y Melilla, que no hay como oler a cadáver, de un dictador en aquel entonces, para acudir a los despojos, que ahí siguen el Frente Polisario y la muy poco útil ONU mirando hacia otro lado.

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