sábado, 20 de abril del 2024

La pandemia puede hacer crecer la xenofobia y la intolerancia

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Beatriz Talegón
Beatriz Talegón
(Madrid, 5-5-1983) Licenciada en Derecho por la UAH, estudios en economía del desarrollo por la LSE en Pekin. Analista política. Ex Secretaria General de la Unión Internacional de Jóvenes Socialistas Actualmente colabora como analista política en distintos medios de comunicación (prensa escrita, radio y televisión).
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Un ejemplo que muestra en el estudio es el de las hormigas negras de jardín que son expuestas a un hongo. Las hormigas se agruparon en grupos reducidos, lo que limitó la propagación de la enfermedad. Algo parecido sucedió al estudiar el comportamiento de 19 especies de primates no humanos ante la propagación de parásitos.

 

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Estos mismos impulsos serían algo compartido por el ser humano: separarse en grupos sociales modulares. Tendemos a desarrollar comportamientos, según el estudio, «hipervigilantes y particularmente propensos a errores», explican.

 

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«Durante las epidemias, los humanos tienden a volverse demasiado sensibles, por lo que cualquier tipo de anomalía física que alguien tenga se convierte de repente en un indicador potencial de infección. Nos volvemos mucho más intolerantes, prestamos mucha más atención a las cosas que diferencian a las personas de lo que percibimos como nuestro propio fenotipo. Personas que se ven diferentes a nosotros y parecen diferentes a nosotros. Esto conduce a un aumento de comportamientos xenófobos», señala Stephenson en el estudio.

 

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No es la primera vez que se analizan este tipo de comportamientos. En un estudio elaborado por la investigadora, publicado en The Royal Society Biology Letters, en noviembre de 2019, describió cómo las personas pueden responder de manera muy distinta ante un posible contagio. Tanto en los humanos como en las distintas especies que analizó, los individuos más susceptibles a contraer la enfermedad mostraron distanciamientos más severos.

 

En este estudio, se señaló que los seres humanos son generalmente «animales sociales normales en muchas de las respuestas conductuales a enfermedades infecciosas». Pero si los humanos eligen impulsos sociales sobre el control de infecciones, la vigilancia global de enfermedades y las respuestas centralizadas de salud pública podrían caer en saco roto. Y es que, apunta, «el coste de la distancia social puede superar el coste de contraer la enfermedad».

 

Sin embargo, hay factores evidentes que nos separan de las respuestas animales. Tener capacidad de informarse, la comunicación sincrónica, virtual o no, puede mitigar algunos de los efectos de las medidas de protección como el confinamiento.

 

La investigadora considera que deberíamos luchar contra la antipatía natural hacia las personas que puedan ser distintas a nosotros mismos, no cerrarnos, y trabajar para combatir el virus sumando esfuerzos.

 

Para consultar el artículo completo, pulse aquí

 

 

 

 

 

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