viernes, 19 de abril del 2024

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Beatriz Talegón
Beatriz Talegón
(Madrid, 5-5-1983) Licenciada en Derecho por la UAH, estudios en economía del desarrollo por la LSE en Pekin. Analista política. Ex Secretaria General de la Unión Internacional de Jóvenes Socialistas Actualmente colabora como analista política en distintos medios de comunicación (prensa escrita, radio y televisión).
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En Castilla La Mancha la vuelta al colegio será mañana, nueve de septiembre. Por eso ayer, día siete, en algunos centros organizaron reuniones con los padres, madres y tutores para explicar las condiciones en las que habrá de trabajarse con la pandemia de COVID-19.
En nuestro caso la reunión fue telemática. Algo muy positivo que debería llegar para quedarse: agiliza mucho la comunicación, te permite perder el mínimo tiempo posible, y sirve además para que la gente tenga que utilizar el tiempo de sus intervenciones de manera correcta y positiva para todos. En este sentido, la verdad es que esto de la pandemia nos ha traído algunas cosas muy funcionales que convendría mantener.
De la información que se facilitó, hay que subrayar que el personal docente que hay en nuestras escuelas públicas se merece… no sé lo que se merece. Pero de lo bueno, lo mejor. Están volcándose para tranquilizar a las familias, echando más horas que un reloj y haciendo malabares sin recursos: ni económicos, ni de personal ni de instalaciones. Desde luego, trabajar en estas circunstancias tiene muchísimo mérito. Amén de tener en frente a padres y madres preocupados, que tiene su aquel.
El centro está listo: se han delimitado zonas bien diferenciadas, trayectos para que los distintos grupos creados no se crucen con otros, y los profesores han mostrado toda su buena disposición para hacer de la vuelta algo menos complicado de lo que ya supone para todos.
Sin embargo, lo que me llamó la atención fue la falta de información por parte del gobierno de la región. Me refiero por ejemplo al hecho de no saber decirnos desde el centro (y no es sólo en nuestro caso, sino que ha sido lo mismo en todos los de la región), qué ocurrirá cuando se detecte un caso positivo entre los niños o entre los docentes. «Habrá que avisar a Sanidad y ellos nos darán las pautas en cada caso». O sea, que no se sabe si habrá que poner en cuarentena al grupo concreto, si tendremos que estar preparados para ello, si se realizarán pruebas para los contactos de la persona infectada. Nada. Por muy lógicas que puedan parecernos estas opciones, desde el Gobierno no se han dado pautas todavía para ello. Y el curso empieza pasado mañana.
La sensación de desprotección a la que se ven obligados los maestros y maestras genera una desolación tremenda. Ellos nos trasladaban su preocupación por no poder abrazar a nuestros hijos si lloran o necesitan consuelo; nosotros nos preocupábamos porque pudieran infectarse y tener complicaciones graves de salud. Tenemos maestras que son personas de riesgo: por edad o por sus circunstancias personales. Y la verdad es que genera una sensación de desasosiego pensar en lo que pueden terminar desembocando los acontecimientos en tan sólo unos días.
En los colegios de pueblo nos conocemos todos. Nos tenemos mucho cariño en muchos casos y la comunidad educativa, en el centro que yo conozco, es tan abierta e integradora con las familias que una no puede evitar preocuparse por la situación personal de quienes educan allí a nuestros pequeños.
No es justo. No lo es. Vernos en esta situación genera sensaciones encontradas. Y lo peor de todo es que sería posible mejorar las condiciones si se hubiera apostado por dotar de medios, de personal e infraestructura a nuestra educación pública. Algo que no se hace ahora ni se hizo antes. Por mucho discurso que busque culpables en otros territorios, todos sabemos que la voluntad reside en quienes gobiernan, en quienes lo hacen ahora.
Intentaremos entre todos hacer lo que mejor sepamos las cosas. Sin olvidar que la salud es lo fundamental para que todo lo demás pueda funcionar. Y no nos dejaremos enredar por el miedo ni por el egoísmo: cuidar del personal docente, cuidar de las familias que componen la comunidad educativa es un deber de todos. Esto no es un «sálvese quien pueda», sino que entre todos, deberemos hacer lo posible para mantenernos a salvo. Porque está visto que la Administración se ha vuelto una especie de monstruo sin capacidad de entender los miedos, los riesgos y la responsabilidad que tenemos todos.
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