viernes, 29 de marzo del 2024

Cuando después del COVID-19 viene el estigma

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Beatriz Talegón
Beatriz Talegón
(Madrid, 5-5-1983) Licenciada en Derecho por la UAH, estudios en economía del desarrollo por la LSE en Pekin. Analista política. Ex Secretaria General de la Unión Internacional de Jóvenes Socialistas Actualmente colabora como analista política en distintos medios de comunicación (prensa escrita, radio y televisión).
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ANÁLISIS .| En Irak tampoco se han salvado de la pandemia. En estos momentos hay registrados 2.767 personas infectadas y 109 han fallecido. Se han recuperado ya 1.734 personas y ahora, para ellas viene otro hito a superar: el estigma.

El estigma se produce cuando una enfermedad, en este caso, se asocia a una población determinada: por cuestión de su raza, su procedencia, su género o su clase social. 

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Las cifras que reporta Irak, más o menos como en todas partes, nos dan una idea aproximada de la realidad, pero lo cierto es desconocido. Y es que hay mucha gente que tiene miedo de hacerse la prueba por COVID-19 en Irak. Esto se debe a las creencias religiosas y al estigma social que se ha generado respecto a las personas infectadas por el virus.

Según relataba New York Times, hay personas que no quieren que los servicios sanitarios aparquen en la puerta de sus casas cuando van a atenderles. Les da vergüenza que los demás sepan que se han infectado.

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El estigma es tan profundo que la gente prefiere no saber si está infectada, simplemente por no tener un «confirmado» y evitar así que se sepa. La presión intrafamiliar y social es tremenda, y esto conlleva que la gente esté llegando a los hospitales en estados muy avanzados de la enfermedad. Cuando ven que no tienen más remedio que reconocerlo y pedir ayuda, algo que está causando serios problemas para su salud.

Quizás esto explique los bajos datos que reporta este país de 32 millones de habitantes. Y sobre todo si se compara con su vecina Irán, que ronda ya los 100.000 casos, o Arabia Saudita que siendo mucho más pequeña que Irak, le triplica en casos.

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Las creencias religiosas son muy fuertes y algunos piensan que el virus es un castigo de Dios, que han cometido un pecado y por ello son castigados. Por eso no quieren que nadie sepa que están enfermos.

El estigma llega, incluso, al punto de que la gente no quiere que a sus familiares les entierren con personas que hayan muerto por COVID-19.

No quieren ser ingresados en el Hospital por si mueren, ya que prefieren hacerlo en casa rodeados de su familia en lugar de sufrir en soledad la enfermedad.

El virus rompe con las tradiciones, con las creencias, y en estos casos donde la religión está tan arraigada, es prácticamente imposible conseguir que las pautas de higiene, de comportamiento y de medidas de seguridad pasen por encima de la religión. Cuestiones como enterrar a los muertos antes de 24 horas, lavarles previamente por los familiares, se han convertido en algo impensable ante la pandemia. Y como la gente no quiere renunciar a hacerlo, prefieren no decir nada cuando aparecen los síntomas.

Irak no es el único país donde sucede esto. En Afganistán, por ejemplo, se han producido ataques al personal sanitario, la gente ha escapado por las ventanas de los hospitales huyendo de la cuarentena. Se suma, además, la enorme desconfianza que la población de estos países tiene hacia sus gobernantes, por lo que cualquier recomendación, pauta o mensaje que se dé desde el Gobierno suele ser automáticamente incumplida.

La estigmatización está más cerca de lo que pensamos

Puede parecernos que el estigma es algo lejano, de países que son muy distintos al nuestro. Sin embargo, cada vez hay más alertas que tratan de prevenirnos sobre esta cuestión.

En Unicef, por ejemplo, han elaborado esta guía para evitar y abordar la estigmatización social en aquellos lugares donde se está produciendo.

¿Por qué el COVID-19 está causando tanta estigmatización? Según Unicef porque se trata de una enfermedad nueva y todavía hay muchas incógnitas sobre ella. En este sentido, lo desconocido suele dar miedo y es más fácil identificar el miedo a otras personas, confundiéndolo con el virus o la enfermedad.

La estigmatización conlleva, tal y como conocíamos de los casos en Irak o Afganistán, que la gente evite hablar del virus, escondan los síntomas y que los casos de infección se compliquen demasiado, corriendo graves riesgos para la salud, tanto individual como grupal.

Se recomienda hablar de la enfermedad sin vincularla a razas, etnias ni clases sociales. El nombre del virus es «COVID-19» o «nuevo coronavirus». No utilizar otros nombres que pretenden identificarlo con algún país o región.

Cuando hablemos de personas que están superando la enfermedad, procuremos no hablar de «víctimas» o «casos de COVID-19», sino de «personas que tienen COVID-19», «personas que están siendo tratadas por COVID-19», «personas que se están recuperando» o «personas que han muerto tras contraer COVID-19».

Es preferible hablar de «personas que podrían tener COVID-19» o «personas que se presume tienen COVID-19», en lugar de «Sospechosos» o «Casos sospechosos».

Hablemos de «personas que adquieren o contraen covid» en lugar de decir «personas que transmite o infectan o propagan» ya que esto implicaría una intencionalidad o culpa.

Aunque nos cueste creerlo, cada día se producen situaciones en nuestro entorno que están estigmatizando, seguramente sin saberlo, a quienes están viviendo una situación que ya es difícil en sí misma (superar el COVID-19). Tenerlo en cuenta servirá para que, entre todos, podamos sensibilizarnos y comprender mejor de qué se trata esta pandemia.

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