Vista con perspectiva, la hemeroteca de 2013 nos dejó entre otras perlas la evidencia de que el Estado nunca va a permitir un referéndum de autodeterminación en Catalunya porque de entrada no quiere ni negociarlo, escusándose en una Constitución prostituida curiosamente por los mismos que la enarbolan. Mientras tanto, esté quien esté en el poder, sea o no en funciones o porque pasaba por ahí, se vende la moto dentro y fuera de España de que esta es monarquía es una democracia consolidada (consolidada en desahucios, en pobreza infantil, en paro endémico, en nula protección a la vivienda, en una prensa poco o nada creíble, en y en…) y de que los independentistas son terrorismo en esencia, nacionalismo exacerbado, puro egoísmo, a pesar de que no ha habido ese muerto que las cloacas andan buscando, a pesar de la no violencia en que se mueve la sociedad catalana y que ha demostrado en las masivas manifestaciones pacíficas reconocidas en todo el mundo. Otro argumento es que Catalunya no se merecía ni el Estatut de 2005 que, entonces sí, aprobaron los catalanes en referéndum por abrumadora mayoría. De ahí que saltaran los resortes de alarma de la oligarquía centrípeta y de que las cloacas se encargaran de «cepillárselo», según palabras textuales del infame Alfonso Guerra. A todo esto hay que sumar la inestimable ayuda del PP de M punto, que se encargó de recoger en contra del nuevo Estatut 4 millones de firmas (¡ostras!, curioso, como los 4 millones que han votado a VOX. Debe ser la cifra estándar de los fachas en España. Y sube, no la bajan). Pues bien, después de tanto ruido y tan escasas nueces, lo que de verdad queda es que España no puede permitirse el lujo de dejar que Catalunya se marche. Aparte de perder ese 20% del PIB y el 28% de las exportaciones que mencionaba entonces Montoro, el régimen del 78 -bajo el que han crecido los ultras por permisividad, cuando no conveniencia- se quedaría sin enemigo con en el que esconder su miserias. Hoy, seis años después, no ha cambiado nada excepto una cosa que sí se ha consolidado gracias a su estupidez y ceguera: el independentismo sigue creciendo y es más transversal que nunca. Y con una España en la que la catalanofobia es endémica, en la que más una comunidad que recibe fondos de cooperación de las comunidades ricas se permite meterse en casa ajena, a veces al grito de «a por ellos» cuando tienen la suya muy jodida, da señales inequívocas de que transitamos caminos diferentes, de imposible marcha atrás.