viernes, 19 de abril del 2024

Catalunya a vista de pájaro en verano de 2019.

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Con permiso del cambio climático, desde el cielo lento de verano el espacio de tiempo vivido y por vivir que nos cabe en cualquier reflexión es mucho mayor del que manejamos atrapados en tierra firme, donde un pacto menor inadecuado o unas palabras malsonantes son capaces de provocar un terremoto, con su secuela de opinadores que, a continuación, lo dan todo por perdido.

Y estamos avanzando a razón de un terremoto diario.

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Tanto derrotismo me sorprende porque lo cierto es que, si a cualquier catalán de cualquier tendencia, o de ninguna, le cuentas hace veinte, quince, diez o incluso cinco años, lo importante que sería Catalunya en el desconcierto europeo de 2019, no se lo habría creído ni en medio del mayor once de septiembre imaginable. Y esta importancia es deudora de una sola valentía: la lucha por convertirse en república independiente tras ejercer en las urnas el derecho a decidir, con dos triunfos históricos recientes y bien superados.

Pero desde aquí arriba también podemos ver la división del independentismo, aunque estaríamos tuertos si no viéramos con más claridad la del unionismo, que aún estará más dividido si Podemos se suma finalmente a los tres del 155 contra cualquier referéndum, con tal de intentar un ministerio, cosa que se veía venir.

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Además, independentistas y unionistas están siendo inevitablemente poco eficaces en el gobierno de las cosas de cada día, con los de Sánchez peor, pues solo están en funciones y con el panorama apuntando a transitoriedad hasta final de año, lo que también se denomina paraíso del autoritarismo judicial. Es lógico que Sánchez no esté nervioso, pues tiene quien le está haciendo el trabajo más sucio y que le produce dividendos. Pero, ojo al dato, porque Pablo Iglesias puede ser imprevisible en esta coyuntura de humillación personalizada a que está siendo sometido, a título de inventario, por el socialista que lo ha derrotado cada vez desde que el de Podemos intento acabar con él en marzo de 2016.

Otra cosa que también vemos desde aquí es que el apoyo social y electoral del independentismo ha seguido creciendo, a pesar de la división interna y de unas represiones externas que no solo no cesan, sino que se multiplican. La altura nos permite visualizar geopolíticamente ese apoyo social de una manera particular. Podemos decir que mientras para el unionismo Madrid es mucho más que el resto de España, para el independentismo Catalunya es mucho más que Barcelona. Lo que ayuda a entender tanto el triunfo histórico del 1-O de 2017, como el estrepitoso fracaso de las fuerzas represivas enviadas para impedirlo.

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En cambio, los nubarrones nos impiden imaginar lo que pueda ocurrir en Europa, un nuevo terreno de juego que también es mérito exclusivo de la valentía que decíamos. Los euro-políticos no se implicarán fácilmente, teniendo en cuenta que el conflicto «interno» debilita a España, y una España débil es un sueño húmedo de esos mismos políticos que, muy occidentales y democráticos ellos, ya saben lo que es abandonar al pueblo español en las garras de sus propios golpistas y dictadores, cuando hubieran podido rescatarlo con una simple advertencia a Franco.

Y, por otra parte, la Justicia europea de hoy, como todas las justicias de toda la vida, son casi siempre una lotería que toca, o castiga, pero fuera de plazo.

Por tanto, lo que vemos fuera de Catalunya es un ejecutivo que solo puede ser unionista, en funciones o no y lo forme quien lo forme, que está actuando cual gobierno de concentración de todos contra los independentistas, y a la manera que lo haría cualquier España disfrazada para adaptarse al contexto, pero que sabe que no puede hacer política sin el manejo de las amenazas porque de esa lid saldría derrotada.

Su única estrategia, ahora que no resulta políticamente correcto bombardear Barcelona cada medio siglo, sigue siendo la de Rajoy: llevar a cabo una guerrilla permanente de acciones judiciales para que, si en el futuro hubiera que negociar, disponer así de un amplio repertorio de medidas de gracia para aplicar, o no, con el mayor número posible de víctimas vivas pero represaliadas con las que chantajear, que contra eso va Jordi Cuixart, y para que las concesiones políticas tengan que ser mínimas y, en el hipotético caso de que se tuviera que realizar un referéndum pactado, algo solo imaginable bajo una presión internacional que no veo por ninguna parte, el texto de la papeleta que Madrid impondría haría materialmente imposible el triunfo de un sí a la independencia.

He querido ser pájaro para pensar con perspectiva, lo cual tampoco garantiza ningún acierto, gracias a una bella imagen tomada por el comandante Jon Tugores desde unos diez mil metros de altura, y mientras volaba entre Argelia y Marsella. El azul brillante del cielo, el Mediterráneo oscureciendo, Mallorca rodeada de mar y los últimos rayos de un día que ya no era, naciendo de un horizonte desconocido para quienes pequeños, como yo, en ese mismo instante nos movíamos a ras del suelo fotografiado. Está disponible en la cuenta de Twitter de Jon, según cuenta Diario de Mallorca, que la publicó en la página 6 de la edición del lunes 8 de julio.

De nuevo desde arriba, pero mirando hacia el camino del futuro que marca el sol del comandante, me pregunto si no será más lógico que, de momento al menos, el independentismo deje de reclamar un nuevo referéndum. Entre otras cosas porque implicaría una falta de respeto hacia los resultados del heroico de 2017, y también con los de la consulta sin violencia policial del 9N de 2014.

Y quizás porque, si no se reclama, puede que sea el unionismo quien termine pidiéndolo para detener el camino hacia la derrota por degradación lenta, y entonces su diseño se podrá negociar en mejores condiciones.

Pero, además, ¿está sirviendo de algo reclamar cada día el referéndum sin la menor posibilidad de éxito?

El resultado de una lucha tan larga y con tantas víctimas del autoritarismo político y judicial español podría quedar a expensas de una única y desigual batalla que, sin duda, será alterada por la cantidad de bulos y mentiras que un unionismo multicolor pondría en circulación para confundir al electorado catalán. Si han llegado a la violencia policial contra votantes, ¿de qué no serán capaces para seguir teniendo dominada Catalunya?

Desde aquí, tan lejos, algo me hace pensar que el camino para recuperar la unidad independentista obliga a actualizar sus objetivos políticos.

Cada vez tengo más claro que si los líderes catalanes pusieran, como condición previa a cualquier acuerdo sobre su relación futura con España, la constitución de Catalunya como república, conseguirían dos éxitos parciales que siempre han sido imprescindibles en el camino de cualquier victoria que quiera conquistarse en paz y con democracia.

El primero, dividir al unionismo español, forzando en su seno el debate sobre la forma de Estado.

El segundo, multiplicar la base en Catalunya al plantear la construcción de un «no a la Monarquía» que, junto con la demanda del derecho a decidir, son las dos causas que concitan el apoyo de porcentajes superiores al 70%, triunfadores por incontestables.

Con esto de volar me he puesto, impertinente, a dar consejos, pero en verano casi todo debería ser perdonado.

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