sábado, 27 de abril del 2024

Tú denuncia que nosotros limpiamos la sangre

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Sonia Vivas
Sonia Vivas
Nació en Barcelona en el año 1978. Hija de una familia de emigrantes extremeños. Estudió pedagogía y educación social. Policía vocacional. Cursó master en ciencias forenses y se especializó en derechos contra las libertades fundamentales liderando el servicio de delitos de odio y gestión de la diversidad pionero en Baleares. Residente en Palma de Mallorca. Entiende la seguridad pública como un servicio público con el ciudadano en el centro y en comunión con los derechos humanos. Mujer, feminista, lesbiana, catalana y de izquierdas.
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He sido policía en ejercicio durante catorce años y, aunque actualmente estoy en excedencia voluntaria, creo que tengo la suficiente experiencia, y por tanto legitimidad, para decir algunas cosas en este artículo hoy. Cosas que me interpelan como mujer y como ciudadana. Cosas que hay que nombrar para saber a qué atenerse.

Cuando se realizan campañas desde la Policía para animar a las mujeres víctimas de violencia de género a denunciar, diciéndoles que las protegerán, se está incurriendo, a mi parecer, en un engaño de Estado. Una mentira de enormes proporciones que acaba devastando emocionalmente a aquellas pobres desgraciadas que, creyendo en un Sistema que no cree en ellas, dan el paso pensando que ejerciendo la denuncia estarán a salvo.

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Decirles a las mujeres que se les dará protección institucional es un embuste, un cuento, un engaño. Una mendaz actuación por parte de los cuerpos uniformados para quedar bien ante la opinión pública que les pone el ojo esperando respuestas, pero que por desgracia está vacía de dotación económica. Una estratagema que nos arriesga y expone a todas y que ha demostrado no servir ni lo más mínimo para salvar la vida de aquellas víctimas en grave riesgo.

Lo honesto sería que desde las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad se explicara a las víctimas las enormes dificultades existentes para poder protegerlas y acompañarlas en ese tránsito. O, quizás, que se pidieran responsabilidades políticas para tener dotaciones económicas decentes con las que poder abordar tales problemáticas, pero no. Se prefiere sacar el orgullo patrio de paseo y hacer enormes campañas diciéndole a las mujeres que la panacea a todos sus males es la denuncia, hasta que una vez interpuesta llega el momento de contarles que ya las llamaremos. Porque de eso se trata “proteger”, de llamarlas por teléfono.

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Si escriben ustedes en un buscador de internet la frase “la policía protege a las mujeres” podrán ver la cantidad de noticias en las que grupos de diez u ocho agentes “protegen” a doscientas mujeres o cifras similares. ¿Alguien sabe cómo se hace eso? Pues llamando. En eso consiste, en irlas llamando cada semana o cada quince días para que nos vayan contando cómo les van las cosas. Y eso, a mi criterio, no puede ser nombrado con el verbo “proteger”, ya que es “contactar” e induce a generar falsas expectativas y esperanzas en la víctima.

Muchas veces las mujeres asesinadas por sus novios o maridos habían denunciado a sus agresores con anterioridad, pero sus denuncias se habían archivado. Otras tenían órdenes de alejamiento en vigor. Órdenes que el agresor incumple de manera constante sin consecuencias privativas de libertad, porque en este país saltarte una medida cautelar sólo conlleva una multa económica.

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Otras estaban siendo “protegidas” por la autoridad.

Casos de asesinatos anunciados a los que se desoyó como los de:

Itziar en Castellón, que denunció a su marido porque era un maltratador y la amenazaba con matar a sus dos hijas. Denuncia que fue archivada porque al parecer no había riesgo (riesgo que lo decide un ordenador). Y que ha perdido a Nerea y a Martina para siempre.

O el de Yolanda, que con una orden de protección fue quemada viva en su vivienda.

O el de Fátima, que no se la protegió porque no se consideró oportuno y fue apuñalada por su agresor.

O el de Ana, que fue tiroteada por su marido pese a que había denuncias previas y órdenes de alejamiento.

O el de Manoli en Málaga, que había denunciado, pero su marido la mató a puñaladas.

O el de Bilbao de este año, donde una mujer fue degollada por su marido al que había denunciado recientemente y a quien la justicia no había dado orden de protección, porque dijeron que era inconsistente lo que ella explicaba.

O María de los Ángeles, que pese a ser usuaria del Sistema de Atención a Víctimas de Jaén fue asesinada igualmente por su maltratador.

O Cristina, que fue apuñalada pese a que había denuncias previas y medidas de protección.

O el de Marta, que fue estrangulada con un cable después de ser apaleada y las denuncias y la orden de protección no pudieron salvarla.

O el de Silvia, que tenía denuncia y orden de protección, pero aun así fue asesinada a golpes en la calle.

O Doris, que fue apuñalada en el vientre y había denunciado recientemente.

O María, que denunció pero no fue tomada en cuenta y absolvieron judicialmente al que luego la mató a puñaladas.

O Dolores, atropellada por su agresor y abandonada, muerta, en la cuneta de la A-5 pese a haber denunciado varias veces a su maltratador. Hombre que fue catalogado por la policía como de riesgo bajo.

O la chica de Navarra, de hace un par de meses, que habiendo realizado denuncias previas fue asesinada a puñetazos en la cabeza.

Pero sólo nos dicen cuántas de ellas no habían denunciado antes su situación. Para intentar ocultar los datos de la vergüenza y articular un relato contrario a la verdadera situación de desprotección que sufrimos las mujeres.

Cuando sucede un asesinato machista sólo se nombran las denuncias si no existían antes, poniendo sobre la mesa la responsabilidad de ella por no haberlo contado, culpabilizándola de nuevo. Pero cuando sí existían denuncias y había órdenes de alejamiento en vigor inmediatamente la policía declara la causa secreta y no se da información.

El Sistema no pone los medios y nosotras ponemos las muertas.

Entonces con esto datos, relatos e información ¿hay que denunciar o no?

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