sábado, 20 de abril del 2024

Constritucionalistas

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Jesús Ausín
Jesús Ausín
Eterno aprendiz y antifascista
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La perversión del lenguaje es una de las principales formas de idiotizar a nuestra sociedad. Si uno de esos cantamañanas revisionistas, iluminados por la gracia de dios, que vuelven a retrotraer la teoría heliocéntrica a la actualidad y que aseguran que todos estamos equivocados y que la tierra es plana, se autoproclamara científico y/o defensor de la ciencia, nos echaríamos las manos a la cabeza y gritaríamos “¿Cómo?”.

Sin embargo parecemos estar acostumbrados a que los gurús del fascismo más rancio y los que se disfrazan de centralidad, pero actúan como los otros, se autoproclamen constitucionalistas. Para todos ellos, la Constitución del 78 solo tiene un artículo «La Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles…». El resto del artículo 2 y los otros 168 o no existen o solo están escritos para ser arrojados contra todos aquellos que queremos otro modelo de estado y que denunciamos el incumplimiento sistemático de todos los artículos llamados sociales. Unos artículos que al parecer están escritos de relleno porque, de cumplirse estrictamente, estaríamos hablando de una sociedad mucho más justa, mucho más tolerante y sobre todo con menos pobres y menos riqueza acumulada en manos de unos pocos. Es decir, no estaríamos hablando de España.

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El actual régimen que padecemos solo es una pantomima. Una cleptocracia oligárquica llena de nepotismo endémico, en la que unos cuantos tramoyistas mueven los hilos y tienen el poder real al que sucumben la mayor parte de los políticos en activo. Las relaciones entre el panfletismo que nos quieren hacer pasar por prensa y los «capos» son evidentes. Ahí está, por ejemplo, el Director de los Servicios informativos de La Sexta, que a su vez ha sido jefe de Prensa del Real Madrid de Florentino Pérez. Ahí están sus colaboradores más fervientes: el ex-partido popular Maruhenda, el bochornoso Eduardo Inda y las interacciones con las cloacas del estado.

Un sistema democrático no consiste solo en poder ir a votar. Como la etimología de la palabra “democracia” dice, un sistema democrático es aquel en el que el pueblo elige a sus representantes y ejerce sobre ellos el control de lo que hacen. En una democracia estricta, ninguna familia debería obtener rango, poder y presupuesto público de forma hereditaria. En estos cuarenta y un años que llevamos de régimen, el camino se ha ido torciendo hasta el punto de que ha completado un círculo completo y hemos vuelto al punto en el que estábamos tras la muerte del dictador. Como sucede con los mimbres de una cesta que son reutilizados y tienen vicio, volver a utilizarlos en un cuévano es arriesgarse a que todo se tuerza y que estos se retuerzan intentando volver a lo de antes. Eso hace que el resultado sea un guiñapo y el proyecto acabe en la basura.

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Estamos en una coyuntura peligrosa en la que España se parece mucho más al régimen de los años sesenta que a una democracia consolidada. A los escándalos de la Casa Real que acabaron con la abdicación de un rey al que ese fascismo tradicional, los nuevos y los cómplices impiden investigar, se añaden las malas decisiones  tomadas por su sucesor en Catalunya que, junto con las políticas represivas del Partido Popular, el impresentable apoyo del PSOE, en teoría socialista y republicano, a la ejecución de 155 y el malsano odio a esa comunidad procedente de la ignorancia y de unos tópicos convertidos en generalidad desde el nacionalismo español, han acabado haciendo un problema de aquello que en democracia se solventa consultando al pueblo que siempre es soberano. Si la estrategia era acabar con el nacionalismo catalán, como todo lo demás, lo han hecho de pena.

En el actual proceso que estamos sufriendo contra los políticos catalanes, estamos observando perplejos como el poder judicial ha sacado de la nada, un proceso por rebelión. Para que la acusación se sostenga, es imprescindible demostrar que hubo violencia. Para ello todas las acciones, hasta ahora, se centran en ello. Cuando sufrimos, con vergüenza ajena, actuaciones de los testigos queriendo hacer pasar por violencia una mala mirada o un pretendido odio general hacia la guardia civil, te das cuenta de lo que es este proceso y de su inconsistencia.

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En este estado de inconsistencia democrática, las elecciones del 28 de abril pueden convertirse en unas elecciones constituyentes. Y aunque personalmente tengo serias dudas de que el proceso pueda ser transparente (y las tendré mientras no haya una empresa independiente y extranjera que haga el aglutinamiento de votos y el reparto de escaños y mientras puedan pasar sucesos como el Tamayazo sin que se investigue y sin que haya responsabilidades), de la conciencia democrática de los votantes depende que este nuevo proceso sea para instaurar un sistema aún más represivo en el que se intentará por todos los medios coartar las libertades, sobre todo en Catalunya, o la de obligar al PSOE a hacer uso de su nombre, propiciando la finalización de la tensión en Catalunya con el tan ansiado referéndum y el cumplimiento de los artículos sociales de la Constitución y de su apertura para blindarlos, como única manera de asegurar el derecho al trabajo y los salarios dignos, la vivienda, la educación y la sanidad públicas y universales y el acercamiento a nuestros hermanos portugueses a los que debiéramos parecernos mucho más en lugar de comportarnos zafiamente con ese sentimiento de superioridad con el que acostumbramos a tratarlos.

Macrón quiere acabar en Francia con la Seguridad Social y sustituirla por una “Protección Social”. El liberalismo no es nada más que una mutación semántica del fascismo. No podemos fiarnos de quién cambia el nombre de Albert por el de Alberto Carlos, con la única intención de eliminar cualquier rasgo catalán. Pero sobre todo, no podemos fiarnos de quiénes apuestan por beneficiar a los oscuros tramoyistas a base de empeorar la vida de los trabajadores.

Salud, república y más escuelas.

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