martes, 19 de marzo del 2024

Los menores abusados por religiosos son víctimas del Estado

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Comenzaremos con tres escenarios muy reales.

Escenario 1. En septiembre de 1960 un niño de 8 años comienza el curso en un colegio de curas. Democracia o dictadura, no hay madre que no perciba que su hijo lo pasa mal y finalizado el primer trimestre lo matricula en otro sitio. No hubo nada sucio, que recuerde quien hoy es abuelo, pero, será casualidad, ha vuelto a pensar en aquello por las noticias sobre abusos con curas parecidos.

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Escenario 2. Febrero, 2019. El partido de baloncesto infantil ha finalizado y varios familiares hablan relajados mientras esperan que sus niñas se duchen en los vestuarios. Solo se conocen de coincidir y nadie sabe quién es de izquierdas y quién de derechas, y menos si creyentes o ateos. En un momento dado, alguien pronuncia «cura» sin intención y, de repente, los gestos delatan un consenso general: cualquier cura puede ser un pederasta. Uno de los abuelos es aquel niño de 1960, su madre ya no está, y nunca sabrá porque lo sacó de aquel colegio.

Escenario 3, en la prensa. 24 de marzo de 2019. «La gran cantidad de sentencias absolutorias que últimamente está dictando la Audiencia de Palma en casos de violaciones a mujeres y de abusos sexuales a menores» es la noticia que «Llama la atención» en Diario de Mallorca. Al día siguiente, y en el mismo periódico, la autora «Susu», en «Opinión» afirma que «Se calcula que ha habido entre ocho y nueve mil sacerdotes abusadores, y otros tantos encubridores». Dos páginas más y, sobre un juicio que se celebra en Barcelona, leemos el siguiente titular: «Los Maristas no alertaron a las familias tras conocer los abusos de su profesor».

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Aunque en el seno de la Iglesia Católica se ha abusado en muchos países y durante muchos años, aquí solo nos referimos a España y a la «dictadura bendecida» durante cuatro décadas, pues nos preguntamos: ¿estaría apareciendo tanto cura pederasta si la II República no hubiera sido violada y asesinada?

Por las denuncias que no paran se sabe que muchos curas siguieron abusando durante la democracia, pues nuestra manera de cambiar de régimen no provocó ni que se sintieron automáticamente más vigilados, ni que sus víctimas infantiles sintieran el impulso de dar la merecida patada en los cojones al vicioso que las sobaba, ni que los padres o tutores que sospechaban se sintieran, al día siguiente de la Constitución, tan legalmente protegidos como para acudir al juzgado de guardia. No saldrían tantos casos ahora, tantos años después.

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Dada la estrecha vinculación institucional entre la Iglesia Católica y el Estado totalitario, la condición de víctimas de Estado es la que procede en este caso, pues la violencia que practicaba la dictadura protegía a todo aquel que, a los ojos de los millones de débiles, formara parte del régimen. Por ejemplo, los curas, incluidos los abusadores. En cambio, las actrices de Hollywood abusadas por H. Weinstein serían víctimas adultas no del Estado, sino de un sistema que funciona a base de abusos particulares de posición dominante.

Aquí, como al finalizar la dictadura no se actuó contra los implicados, la nueva democracia «legalizó» de hecho ese pasado. A cambio, como cuando uno compra una empresa en funcionamiento, la democracia, por mucho que practicara la desmemoria, asumió el pasivo. 

Pero no fue cierto. Al incumplir los políticos de la democracia esa obligación, el paso del tiempo los ha convertido también en delincuentes por omisión ante las víctimas. Nada hicieron para dar satisfacción al colectivo de niños que hubieran sufrido abusos en manos de curas pederastas. Siempre fue un secreto a voces.

Ahora que ya ni siquiera es esa clase de «secreto» y el Vaticano no huye del problema, si la izquierda gana las próximas elecciones debería lanzar un ambicioso proyecto que permita medir la verdadera dimensión que alcanzó la pederastia vinculada a la Iglesia, pues muchas de las víctimas aún están en condiciones de recordar. Estoy hablando de sociología, no de tribunales, al margen de las reformas legales necesarias para facilitar esa acción a todos los que se atrevan a denunciar. Cuando por fin se pueda dibujar el mapamundi de la pederastia eclesial, se sabrá la posición de España tras responder a la pregunta formulada tras la descripción de los escenarios.

Es imprescindible acabar con el deterioro continuo que acompaña una realidad insufrible que cada día engordan las noticias. Pero me temo que esta democracia monárquica volverá a demostrar su amoralidad original, dejando pendiente para la república que viene la cancelación de esta deuda histórica.

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