martes, 16 de abril del 2024

En el 8-M no había banderas Españolas

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Rodri Suarez
Rodri Suarez
Rodri Suárez (A Coruña, 1974) es periodista. Trabajó en varios medios y organizaciones, siendo entre otras cosas Jefe de Deportes en La Opinión de A Coruña, Jefe de Política en Xornal de Galicia o Jefe de Prensa del Ayuntamiento de A Coruña. También fue guionista de humor en la TVG y escribió Non Temos Medo, la primera biografía publicada de un grupo de rock en gallego, Os Diplomáticos.
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Por si acaso el título le ha llevado a engaño: este no es un artículo en defensa de los «símbolos nacionales» con críticas al movimiento feminista por atentar contra lo que algunos afirman que «nos representan a todos». Pues no, es todo lo contrario.

Otra rápida advertencia, este tampoco es un artículo en el que un señor le indica al movimiento feminismo lo que hace bien y lo que hace mal; bochornosos ejemplos de esa tendencia hemos visto suficientes en los últimos días, con Albert Rivera de protagonista, por ejemplo. Acompañemos en lo que se nos pida, pero dejemos que las mujeres sean absolutas protagonistas de su propia revolución, como lo están siendo. Olvidemos el mansplaining.

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Lo que sí es el presente texto: la constatación de un hecho y un pequeño análisis sobre el mismo. El hecho puede comprobarse en los cientos de fotografías que existen de las masivas manifestaciones que tuvieron lugar en todo el Estado el pasado 8 de marzo. La presencia de banderas españolas -entendida esta como la constitucional- fue residual cuando no inexistente. ¿Cómo es posible que en una movilización tan enorme -de millones de personas-, de carácter político pero no partidista y de vocación transversal apenas haya rastro de la enseña que, insisto, tanto nos dicen que «representa a todos» y suponemos que también a todas? Seguramente, si buscamos una explicación a este hecho entre los consumidores de tintorro Abascal o manzanilla Casado nos responderán con una definición de «antiespañolas» sobre los manifestantes que incluso podría llegar a ser «feminazis» en función del grado de las cazallas mencionadas que lleven en el cuerpo. Pero este es un artículo que busca análisis sobre un hecho, no exabruptos. Así que buscaremos otras opciones.

Y resulta imposible referirnos a la casi total invisibilidad de las banderas constitucionales en las manifestaciones del 8-M sin recordar que se trata de un hecho habitual en las protestas de mayor firmeza transformadora. La rojigualda tampoco aparece en las mareas por la educación o la sanidad pública, ni en la mayoría de las referentes a conflictos laborales (aunque sí comenzó recientemente a dejarse ver algo en las de los taxistas y, por supuesto, en la de policías convocadas por Jusapol). Obviamente, dejamos a un lado las manifestaciones unionistas, en las que es unánime. Pero haciendo un poco de memoria, nos encontramos con que tampoco en las de Nunca Máis o en las del No a la Guerra, ni siquiera en el 15-M o en las contrarias a los desahuciones fue visible la bandera de la monarquía parlamentaria española, aunque sí surgía a cientos en las contrarias al aborto o en defensa de la educación concertada, esto es, la privada de toda la vida.

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Por lo tanto, la enseña y el escudo constitucional parece ejercer únicamente su consideración de símbolo aglutinador en lo que se refiere a manifestaciones de derechas o en éxitos deportivos (y habría mucho que matizar sobre esto último, España es el única selección que ganó un Mundial un día después de que en su segunda ciudad en tamaño un millón de personas se manifestarán en defensa de su consideración nacional… catalana).

Lo que demuestra toda esta enumeración es algo prácticamente empírico: la «bandera de todos» no lo es. Millones de personas en el Estado Español no la consideran propia, otros tantos la miran de reojo, sin rechazo pero tampoco mucho cariño. Sigue generando incomodidad. Y multitudes piensan que no es la que corresponde levantar cuando de reivindicar mejores sociales se trata.

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En los últimos tiempos, se han multiplicado los intentos desde algunos sectores de la izquierda española para incorporar la rojigualda a su iconografía, a la que obviamente no pertenece más allá de una relación más circunstancial (la foto de Carrillo tras la legalización, usos institucionales…) que pasional. Sin embargo, los intentos de Podemos o el errejonismo en ese sentido no acaban de cuajar. Parece complicado en función de imágenes como la trifálica de Colón. Allí, en esa laguna rojigualda se pedia una cosa. En la marea violeta del 8-M, otra. Y no son compatibles, hay que elegir bando. Y colores.

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