viernes, 26 de abril del 2024

Dos meses de infarto

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El primero, el que podía haberles dado a quienes creyeron poder eternizarse a base de desilusionar a la gente y convencerlas de la inutilidad de votar. El segundo, más extenso, son los largos minutos, horas, días, semanas, en los dos meses que empezaron el 2 de diciembre de 2018. Quisieron nublar el Día Nacional de Andalucía, quisieron evitar la multitud por la esquina y la puerta del Palacio de San Telmo y lo nublaron. Pero más nublaron los cielos del Palacio. Todavía no se han dado cuenta que quien ganó las elecciones fue la abstención. Pero ninguno: los “otros” tampoco. No se quieren dar cuenta que, después de Suárez, nadie ha ganado una elección en el reino de España: siempre las han perdido los “otros”, los responsables del cambio y del cansancio. Más claro, más fácil: más, mucho más que a favor de un partido o una figura, se ha votado para mandar otra a su casa. Ese es el gran drama, o al menos uno de los grandes dramas, de la especie de democracia controlada y teledirigida que reina en el reino englobador de naciones.

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Han sido dos meses de nervios, de infarto, repetimos, aunque suavizados por la prisa de la inmediatez informativa, que sólo ha permitido ver números, cifras, parcialmente algunas discusiones y algún ataque de nervios minimizado por la lejanía. Juanma Moreno ha llegado a perder la sonrisa por momentos. Esa sonrisa estudiada de persona amable -y sin duda lo será- que tan bien vende en su comercial profesión. Incluso llegó a temer la pérdida de la vivienda en San Telmo, verdadera tragedia por lo que significa el cargo en lo económico, pero más aún, mucho más, en lo figurativo. Es el prurito propio de quien vive para la galería, para destacar, para ser visto antes que admirado. Y, también tiene suma importancia, porque se hubiera quedado sin el apoyo que el despacho de la Avenida de Roma le presta frente a Casado, después de haber empujado al flemático -¿o es simplemente incapaz?- Zoido, a refugiarse en el bolsonárico edificio de calle Ferraz, en la “capi”, que por algo el brasileiro también es ibérico. Iberoamericano.

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Hasta el día 2 de diciembre, satisfecha porque este año no le llegarían las voces de los manifestantes, la presidenta sonreía, inconsciente (?) de haber dado notoriedad a los desconocidos pupilos de Trump. Pese a todo, aún se sentía segura, confiada en un posible, remoto acuerdo con Ciudadanos. Seguros, también, iban los voluntariosos unidos en el andalucismo, sin conocer, ni la filosofía andalucista ni la estrategia electoral. Que las sumas antes de los comicios no coinciden con el resultado posible después. Lo cierto es que los dos grupos supervivientes de una teórica izquierda, sumaron 50 parlamentarios. Les faltaban cinco para la mayoría. Se habían quedado en puertas, gracias a la puerta tan generosamente abierta por todos o casi todos a la ultraderecha, con sus innecesarias menciones y su equívoca gobernancia. Pero, en especial, porque, frente a las discusiones de “mayoristas” y “minoristas”, las elecciones fueron ganadas por la abstención. La provocada por unos y otros, aunque con mayor responsabilidad para los treinta y seis años de gobierno, sin olvidar la de la irresponsable coalición de Maíllo y Rodríguez, tan segura en su soberbia, tratando a los demás grupos como secundarios y prescindibles. Y no sólo eso. En política, como en todo cuanto precisa la preferencia de la gente, la imagen es fundamental. Hay que cuidarla algo más. A Adelante Andalucía la fiebre de “fuerzitis”, le ha dañado profundamente.

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Y lo impensable sucedió: Por primera vez en setecientos años, ha ganado la derecha en Andalucía. Es un decir: la derecha, la pretendidamente civilizada unión postelectoral de PP y Cs, tampoco alcanzaba mayoría. Con un voto menos que la posible alianza PSOE-AA, pocas posibilidades tenía, salvo dejarse de purezas y apariencias ideológicas, pues, si algo caracteriza y diferencia a la derecha reconocida de la izquierda, la real y la pretendida, es la facilidad para ponerse de acuerdo de los “otros”, frente a la tendencia al cainismo de los “unos”. Y menos mal que les falta la “h”. PP y Ciudadanos han escenificado muy bien el teatrillo, movidos sus marionéticos hilos desde “la capi”, dónde se han cocido los acuerdos a tres bandas, hábilmente representado en la doble negociación. Que, incluso cuando hay diferencias, no hay escrúpulos para ponerse en manos, incluso de quienes niegan, con tal de alcanzar el objetivo. Que en estos casos, el fin, sí justifica los medios. Con esa escenificación tan bien orquestada, Cs cree -mejor, quiere hacer creer- estar al margen del acuerdo de la derecha ultra del PP con la ultraderecha del trumpibolsonarismo de los santiaguistas. Al final se han dejado quitar algunas de sus exageradas exigencias. ¿Al final? ¿Se las han quitado? No parecen ellos tan dispuestos a creérselo, con su voto “por España” y la venganza de D. … Serrano, dispuesto a cargar sobre nueve millones de personas su inquina al feminismo que lo defenestró.

La sorpresa

Hasta ahora, con mayoría o con ayuda de minorías, el felipismo se había mantenido en el garito. El día 2 de diciembre “se acabó el carbón”. La “máquina” dejó de funcionar. Nervios, caras largas, contrariedad, por una parte. Triunfalismo por la otra. Pero, en una situación extraña en apariencia: la derecha sumaba 59, cuatro por encima de la mayoría. Izquierda y pseudo-izquierda se quedaban por debajo, en los 50. La esperanza de volver a contar con Ciudadanos, o de que junto con populares no se atrevieran a reclamar la ayuda de la ultraderecha tramontana neofranquista -sus exigencias parecían inaceptables: recorte de derechos a las mujeres, condena del homosexualismo, expulsión de los emigrantes, exaltación del imperio castellano y, lo más grave, disolución de la Autonomía- se vio superado con facilidad. Con tanta como requiere la exigencia del sillón. Al fin y al cabo, dos partidos se dicen diferentes sólo por cuestión de imagen, mientras el PP nunca ha superado su aversión a la autonomía que, para ellos, igual que para los otros dos, “rompesppanña”. Cierto es que no se aceptaron todas las exigencias abascalianas, quien llegó a reducirlas en parte, para mantener que el Día de Andalucía, en vez de recordar la victoria del 28 de febrero, el día que, para no perder la costumbre, crearon un nuevo mártir junto al Guadalmedina, en Málaga, aún menos la apoteósica del 4 de diciembre, el día que la Sierra incendió Andalucía entera, el día que tres millones y medio de andaluces exigieron autonomía en la calle en Andalucía y casi otro millón en Barcelona, Bilbao y Madrid, en su lugar la ultraderecha quería celebrar la conquista de Andalucía por las tropas de los reyes católicos. Y es que ya lo había escrito “el” Perich en “Autopista”: “en Covadonga ganó por primera vez la derecha”. 

“El” Perich en “Autopista”: “en Covadonga ganó por primera vez la derecha.

Tan unido estuvo el tripartito, que otorgaron dos miembros a los de “Santiagoycierraespaña”, en la Mesa del Parlamento y dejaron fuera a Teresa Rodríguez y Antonio Maíllo, con mayor número de votos y de escaños. Se trataba de reconocer su inestimable e imprescindible ayuda y de asegurarse la ocupación de todos los altos cargos: La presidencia del Parlamento para Cs. La del Gobierno para el PP. Gobiernan Andalucía tres partidos que la niegan. Total, en eso no hemos cambiado.

Y ahora ¿qué?

De todas formas, hay una diferencia esencial. El felipismo tampoco creyó nunca en la Autonomía, pero le interesaba para colocarse. Para colocar a sus adeptos, para enfrentarse al Ejecutivo de Madrid, cuando no fuera de su mismo partido. Por todo so la abrazaron formalmente. Formulísticamente, más bien. La han mantenido y algo, aunque muy poco, se ha podido ver. Estos tres son enemigos declarados del andalucismo. El objeto de dos de ellos es disolver la única Autonomía ganada en doble referéndum y doble derramamiento de sangre, y los parlamentarios obtenidos esperan cumplir su objetivo en cuanto tuvieran fuerza suficiente. De momento, la aparente diferencia táctica entre Moreno y Casado, puede hacer de dique contra el anti-andalucismo. Entre tanto, la obsesión por una auditoria, que sólo puede ser lenta, costosa y sorpresiva en todos los aspectos y direcciones, podría condicionar el funcionamiento rápido y efectivo del nuevo Gobierno, en el supuesto de que el nuevo Gobierno busque un funcionamiento rápido y efectivo para los intereses de Andalucía, antes que para los de sus partidos.

De momento, seguirá pagando los altos alquileres de los altos cargos, quienes, seguramente, su sueldo no les permitirá llegar a fin de mes. Una medida muy criticada por el PP en las anteriores legislaturas, que seguirá costando sesenta mil euros mensuales, mientras los realmente necesitados, las familias a quienes un alquiler les cuesta el sueldo, tendrán que seguir de desahucio en desahucio. Y tras una lamentable campaña en busca de enfrentamientos inútiles y superados, insinuando beneficios para su ciudad, ha llenado de poder a su amigo Elías Bendodo, convertido en virtual vicepresidente para contrarrestar y disminuir el que los acuerdos electorales han otorgado a su socio y Vicepresidente, Juan Marín. Entre sus funciones, Bendodo, tiene la portavocía y el control de las delegaciones provinciales del Gobierno de la Junta.

Dicen que hay que dar cien días de confianza. Antes cabe la pregunta ¿qué se entiende por “administración paralela”. Se trata de empresas y entidades, que tienen por necesarias todos los gobiernos del mundo y que la propia administración anterior redujo a la mitad en 2017. ¿Las van a auditar todas, una a una? Una cuestión sumamente importante: ¿Es su intención cerrarlas todas? ¿Son administración paralela Turismo Andaluz, S.A., Extenda, Red de villas turísticas, Canal Sur, CETURSA (heredada del Gobierno central en las primeras transferencias), el Servicio Andaluz de Empleo, el Instituto de Cartografía, el Patronato de la Alhambra, el Servicio Andaluz de Salud, el Instituto de enseñanzas artísticas, la Agencia Tributaria…? No lo han aclarado. Será que, después de treinta años en el Parlamento el PP, después de cuatro en el Gobierno Cs, aún no conocen el “entramado”. ¿Cien días? Habrá que dárselos. Ojalá no haya que arrepentirse.




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