jueves, 25 de abril del 2024

Palma Praetoriani.

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Sonia Vivas
Sonia Vivas
Nació en Barcelona en el año 1978. Hija de una familia de emigrantes extremeños. Estudió pedagogía y educación social. Policía vocacional. Cursó master en ciencias forenses y se especializó en derechos contra las libertades fundamentales liderando el servicio de delitos de odio y gestión de la diversidad pionero en Baleares. Residente en Palma de Mallorca. Entiende la seguridad pública como un servicio público con el ciudadano en el centro y en comunión con los derechos humanos. Mujer, feminista, lesbiana, catalana y de izquierdas.
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En Baleares, destino turístico por excelencia de nuestra estimada, querida y aforada Familia Real, han sucedido corruptelas que dan para una serie de Netfix e incluso para varias de ellas.

Es justamente aquí y concretamente en la ciudad de Palma, donde unos policías, amparados bajo el parapeto del uniforme y de algunos sindicatos profesionales que les servían de madriguera y burladero, han protagonizado una de las mayores tramas de corrupción político-policial del Estado.

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La cloaca inunda y corroe, a ojos de todas y de todos, los cimientos de una infra- democracia vendida y expuesta hacia afuera como una democracia plena, que en realidad es una democracia de cáscara de nuez o democracia hueca.

El tema que nos ocupa empezó con una investigación que dio en llamarse “Caso Oposiciones”, en la que, al parecer, el Director General de la Policía, representante político del PP, habría enviado por correo electrónico las preguntas del examen de las oposiciones para ascensos a aquellos funcionarios de seguridad pública que simpatizaban y/o militaban en su partido.

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El motor de tan dadivosa y desinteresada acción, sería el ánimo de crear o sostener una estructura orgánica dentro de la Institución que obedeciese a sus amos, estando estos y sin estar en el poder político.

Es decir, que regalar los exámenes para favorecer el ascenso a aquellos afines era al parecer, una forma de gestar estómagos agradecidos que escucharan sólo a un dueño y señor, o lo que es lo mismo:

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“una manera de instaurar un contrapoder dentro de la policía, convirtiéndola en la Guardia Pretoriana del César, en lugar de un servicio público como debiera ser”.

El juez Castro, al tener más que sospechas sobre el amaño de la fase de oposiciones, envió a la benemérita a intervenir el cuartel de la Policía Local de Palma, y los investigadores, al llevarse los ordenadores, descubrieron distintos casos de corrupción como:

la Operación Sancus, el “Caso Patrulla Verde”, el “Caso espionaje” y más tarde la “Operación Cursach” que fue una serendipia, un hallazgo, algo que de no ser casual nunca jamás habríamos vislumbrado.

 Todo ello demuestra tristemente que lo sucedido no era algo aislado sino una forma de funcionar, o lo que es lo mismo:

“que la corrupción era estructural y para nada puntual o simbólica”.

Algunos policías honestos dimos un paso al frente y nos pusimos a disposición del Grupo de Investigación y de la Fiscalía Anticorrupción, como era nuestra obligación, siendo amenazados de muerte y sufriendo daños en nuestra propiedad por hacer lo correcto, viviendo durante años un auténtico calvario gratuito, inmerecido y severo.

Casualmente, al avanzar la investigación, la mayoría de estos policías que recibieron las preguntas para convertirse en jefes de unidades operativas, acabaron imputados por delitos como: tráfico de mujeres, de narcóticos, espionaje, agresión e incluso pertenencia a banda criminal, llegando a cien los imputados y a casi cuarenta los que entraron en prisión preventiva por las graves pruebas que arrojaban las pesquisas contra ellos.

Y es que no sólo ha habido una Policía Patriótica en los Ministerios como revelan las investigaciones de Kitchen, La operación Enredadera, el Caso Dina, el Informe Pisa o el Caso Villarejo, sino que el sumidero ha existido en todos los lugares donde han gobernado los amigos de lo ajeno, que a golpe de pasodoble y gaviota azul Pantone 300, han convertido nuestro país en un lodazal de costumbrismo, en el que retozamos quejumbrosos y maniatados por la enorme dimensión de la charca.

Somos lamentablemente una patria en la que sociológicamente hemos aceptado la cleptomanía, la ludopatía con asiduidad al trile y la mitomanía, como enfermedades incurables sobre las que es imposible intervenir para sanar como sociedad.

Somos, por tanto, un país enfermo que vota en las urnas a quienes les roban, les mienten y les maltratan porque en el fondo existe un miedo irracional a creer todo lo que han sido capaces de hacer contra nosotros y en esa incapacidad para interiorizar al enemigo como tal, tengo la certeza de que vive la idea de que la herida es tan profunda que ha sido de muerte.

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