jueves, 18 de abril del 2024

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Beatriz Talegón
Beatriz Talegón
(Madrid, 5-5-1983) Licenciada en Derecho por la UAH, estudios en economía del desarrollo por la LSE en Pekin. Analista política. Ex Secretaria General de la Unión Internacional de Jóvenes Socialistas Actualmente colabora como analista política en distintos medios de comunicación (prensa escrita, radio y televisión).
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Esta semana leíamos la carta que Puigdemont, Ponsatí y Comín firmaban juntos. Un llamamiento a la suma, a la unidad amplia, al final del sectarismo. 

 

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Apelaban a una candidatura única de las fuerzas independentistas en Europa. Se trata de un deseo de mostrar en las instituciones que la unidad de acción va más allá de cuestiones estratégicas puntuales. 

 

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Desde algunas posiciones se plantea que la unidad no suma votos, que podría restarlos. Hay quien considera que la presencia en estas candidaturas de perfiles “exconvergentes” podría restar apoyos por parte del electorado más de izquierda. 

 

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Podría ser, pero tras recorrer el territorio de Catalunya he podido comprobar que una gran mayoría social es consciente del reto urgente al que se enfrenta ahora mismo: es múltiple. 

 

Por un lado, hay estudios que demuestran que, analizando las cifras de comicios anteriores, si en las elecciones municipales se hubiera conseguido aglutinar a las formaciones soberanistas para formar candidaturas unitarias, éstas habrían ganado en TODOS los municipios catalanes excepto en cinco localidades. 

 

La repuesta brutal que habría supuesto este planteamiento habría sido incontestable desde Madrid. Por no hablar de la foto que se estaría mostrando ante Europa y el observatorio internacional. Pero ya parece imposible. Una oportunidad maravillosa perdida. 

 

“Ampliar la base” es siempre positivo y necesario. Pero lo suyo sería, puesto que de hacer una revolución democrática se trata, que la base ya existente se uniera de manera efectiva y tomase a través de decisiones participativas el criterio de cómo seguir ampliándose. Por lo menos, explicar clara y abiertamente por qué alguien decide dar la espalda y cuáles son los motivos para abrazarse a otros. Hablar sin querer que se entienda lo que uno dice no es buena manera de hacer política de una manera diferente. Porque se trataba de eso, ¿o no?

 

Si se iba a llegar tan lejos como se ha llegado, sería deseable que no fuera para adoptar las formas habituales del politiqueo del que estamos hartos. Entender el uno de octubre, creo, también iba de eso: de haber superado las viejas estructuras políticas, institucionales, sectarias y tramposas que solamente buscaban su propia persistencia, dando ya la sensación de que los objetivos que se supone que perseguían han pasado a formar parte de un relato romántico. Como el PSOE con su republicanismo. Igual. Cuando lo pragmático pasa a ser el objetivo, la política muere necesariamente. 

 

 

Respecto al ámbito estatal, plantear una candidatura unitaria en la que estuvieran presentes todas las formaciones republicanas de los distintos territorios habría sido otra victoria. No quiero decir que se hubiera obtenido el mayor respaldo electoral, no soy ilusa. Pero sí que pudiendo obtener unos 25-30 escaños en el Congreso que fueran comprometidos a exigir una reforma constitucional, que defendieran el derecho de autodeterminación de los territorios y planteasen un referéndum sobre la República en España, habría sido muy saludable. Precisamente por esta opción abogaban Otegi, Puigdemont, así como otros partidos republicanos de otros territorios defendían esta postura. La dificultad vino cuando alguien puso sobre la mesa la condición de poder vetar a formaciones de los propios territorios de las fundadoras. Básicamente, ERC ha tenido como línea roja la integración de los convergentes. O lo que ellos consideran como tales. Me consta que en otros territorios, fuerzas de izquierda no tenían problema en acudir con sus “opositores” independentistas, si por conseguir el derecho de autodeterminación se trataba. 

 

Precisamente lo que la izquierda más necesita es que las reglas del juego sean justas. Sin un sistema Republicano que garantice el derecho a decidir sobre las cuestiones que sea menester, hablar de “izquierdas” es absurdo. 

 

¿Qué izquierda va a haber mientras el sistema se controle desde los tentáculos de los herederos del franquismo? La única posible: la izquierda que no moleste pero que sirva para que esto parezca una democracia. Es la minoría necesaria que siempre ha de existir para que se disimule el autoritarismo. Lo triste es que se apele a la izquierda para seguir perpetuando al sistema. 

 

Otra oportunidad perdida, ante el portazo que principalmente desde la visión de Junqueras se ha dado a esta opción. Porque ha sido una decisión vertical. Y ni siquiera aplaudida por todos los miembros de ERC. Tampoco de su dirección. 

 

Pero comoquiera que sea que Junqueras se encuentra en prisión y, teniendo en cuenta el respeto sepulcral que esta terrible situación produce, hacer una crítica se considera un atrevimiento. Lo siento, pero no; dirigir un partido y tomar decisiones implica estar en la arena política: en ella la crítica es la base fundamental que al menos nos queda a los demócratas. Y se han de poder cuestionar, desde la intención siempre constructiva, los aciertos y desaciertos. Sobre todo cuando, precisamente, la situación de represión proviene de luchar por tener democracia. Y participar activamente en ella. 

 

En el panorama europeo, más de lo mismo. Imaginemos una única lista que no pierda por el camino ni un solo voto. Imaginemos una candidatura encabezada por todos los represaliados: presos políticos y exiliados. Una verdadera muestra de fraternidad, de solidaridad y de querer plantar cara ante las instituciones europeas que tan calladas están viendo lo que nos están haciendo en España. Sí, he dicho en España porque de momento el problema que tenemos es de democracia, no son los independentistas. 

 

Un análisis honesto nos debería conducir a entender las razones reales del independentismo, esas que, a base de poner en marcha las cloacas del Estado, casi nadie ha llegado a conocer y, por ende, comprender. 

 

Ojalá esta puesta en marcha de la maquinaria para hacer saltar por los aires a todos los mensajeros del régimen a sueldo de las cloacas, llamados periodistas, pueda traer luz. Ojalá empiecen a informar sobre la realidad y sacar a la opinión pública española del decorado lleno de mentiras en el que viven. 

 

Acudir a Europa de esta manera, en una lista que, más allá de familias políticas apostara por la denuncia real del retroceso en democracia y libertades en España, que pusiera de manifiesto todas las vergüenzas que se quieren tapar, forzaría a todos los países de la Unión a conocer el problema real que existe. 

 

Hablar en estos momentos de bloques de izquierda o derecha me parece una falacia. Porque mientras España siga siendo una estructura monopolizada por quienes utilizan jueces, policías, periodistas, dinero público, medios de comunicación y cualquier herramienta para mantener el poder que hace ochenta años obtuvieron mediante un verdadero golpe de Estado, aquí no puede haber izquierda real. Existirá aquella que no moleste, del perfil Llamazares. La que antes de tener ideología tiene una estrategia. La que antes de hablar de derechos inalienables superpone la unidad territorial del Estado. 

 

A la vista está que Podemos llegó para intentar abrir la ventana. Y los hechos que ahora llenan portadas demuestran que se hicieron todo tipo de manejos para calumniarles, perseguirles, asediarles y ridiculizarles. Como han hecho con los republicanos y como hacen con los independentistas. Y ellos, durante un tiempo, se plegaron ante la fiereza del sistema. Olvidaron sus promesas y empezaron a hablar sin decir nada. Y ahora se lamentan porque el sistema se los come. Será el momento en que deban decidir si retomar su esencia y apostar con valentía, o diluirse en los lugares comunes jugando a ser de izquierda. 

 

Ahora que la extrema derecha aparece en escena es momento de plantearse si realmente queremos ponerles en bandeja nuestra derrota. Una más. Y siempre por lo mismo: en los momentos decisivos la “izquierda verdadera” siempre mete la pata. Comienza a darse de torras en sus propias filas y el totalitarismo –siempre unido cuando toca– pasará por encima. Lo de que “la unidad hace la fuerza” no lo decían en vano. 

 

La izquierda será posible cuando exista una República que permita ejercer la soberanía popular; que termine con mecanismos tramposos disfrazados con togas. Que no use la violencia para bloquear con miedo. 

 

Hasta entonces, caminar divididos es precisamente hacerle el juego al establishment. 

 

Habría que pensar en hablar claro: hay quien prefiere ser “el más indepe de los autonomistas” para dejar de ser “el más autonomista de los indepes”. Es una opción respetable, siempre y cuando lo diga de frente; cosa que hasta ahora, no ha sucedido. 

 

Y no solamente a su compañero de viaje. Sino también a los republicanos españoles, los soberanistas que defendemos el derecho de autodeterminación, que también teníamos esperanza en ello. 

 

O nos unimos o nos comen. Y pobre del que piense que negociar con los secuestradores sirve de algo: sobre todo cuando ellos tienen todo de su parte, menos la razón.

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