viernes, 19 de abril del 2024

Los imbéciles no piden perdón

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La Iglesia, y en su nombre el Papa, pidió perdón por los crímenes del “Santo Oficio”. Está claro que el Santo Padre que pidió disculpas al mundo, ni era responsable de aquellos excesos, ni bajo su tiara reinaba la imbecilidad. Lo hizo como acto de humildad y contrición, más que una disculpa, que no le correspondía, fue un reconocimiento de algo que no había debido ocurrir. En América también hubo excesos por parte de los hispanos. Más de los que deberían. Aunque alimentados por la “leyenda negra”, con que Inglaterra y otros estados europeos quisieron esconder los suyos propios, casi siempre mucho más graves que los hispánicos, negarlos sí que es tarea, no de imbéciles: de burros (con perdón del pobre cuadrúpedo) encastrados en la idea imperial y en la ocultación de la realidad, que a nada conduce. Pérez Reverte no merece más que un léxico a su altura, que puestos a emular a D. Camilo José, más de uno puede ganarle con holgura.

Si en América no hubiera habido excesos, si no se hubiera maltratado gratuitamente y salvajemente a los nativos, no habría hecho falta que el fraile sevillano Bartolomé de las Casas presentara al rey el memorando en defensa de los derechos de los indios; su reivindicación de que fueran tratados como personas humanas. Pero también es verdad que no todo fueron matanzas y explotación salvaje. Tan innegable son la traición y el sacrificio infligido a Moctezuma, como que, sin la participación Tolteca, no hubiera sido posible engañar y vencer a los aztecas. Quizá no habría habido victoria sobre ellos o, cuando menos, mucho más difícil se habría presentado la epopeya.

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No parece que López Obrador merezca el epíteto insultante otorgado por el escritor cartaginés, por varias razones. Entre ellas porque pedir disculpas siempre es y será un acto de gallardía y nobleza que, lejos de rebajar ensalza a quien las pide. Porque en estos momentos, tantos años después, las disculpas se quedan en elemento virtual (ahora que todo lo dominan el 1 y el 0). Porque pedir disculpas casi quinientos años después, es tan sólo un reconocimiento y el justo pago de una deuda. Si López Obrador ha superado el límite de lo lógico y razonable, está en el hecho de que debería haber empezado por pedirlas él; porque es muy bueno predicar con el ejemplo. Porque tan mexicanos serían los aztecas como los toltecas, tzacaltecas, tlapanecos ó los zapotecas. También se mataban entre sí, también los vencedores desplazaban a los vencidos, también los esclavizaban, también los/las violaban, pero de eso no se habla, como si fuera algo natural. Como tampoco se reconoce, y sin que ello disminuya la gravedad de los abusos, esclavitud y crímenes, que los procedentes de los reinos de España no sólo cometieron esos execrables excesos. También terminaron, por ejemplo, con el pretexto religioso de los sacrificios humanos, tanto de adultos como de niños.

Si estos sacrificios, o las luchas entre los distintos pueblos del actual México debieran ser consideradas “propias de su tiempo”, el mismo trato habría que dar a cualquier otro comportamiento criminal, y no habría motivo para pedir disculpas por los excesos españoles, ni siquiera por los ingleses, mucho más graves porque tendían al exterminio. Pues, cuando el presidente de México, pida perdón por los crímenes perpetrados por mexicanos contra otros mexicanos, que entonces eran pueblos y naciones diferentes, en ese momento quedará legitimado para reclamarlo a los demás.

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No es el caso de Canarias ni de Andalucía, que nunca invadieron ningún otro lugar. Pero sufrieron masacres, deportaciones, más en el caso de Andalucía, a quien también se despojó de su cultura, miserablemente ocultada bajo la tergiversación de su imposible “conversión” en española, y se le ocultó su historia, ambas cosas para hacerla creer dependiente de sus conquistadores.

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