viernes, 29 de marzo del 2024

Rosalía, no te tolero.

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Sí, lo reconozco, me gusta provocar, y no hay nada mejor para conseguirlo que dar con un titular que vuelva loco al algoritmo. Lo que mejor funcionaba era el sexo. El básico cacaculopedopis o el elemental tetaculopollafollar o incluso ambos a la vez. Ahora, lo que triunfa es su versión abortistasAsesinasMaltratadasComunistas. No obstante, aludir a un personaje famoso que, además, genera el mismo grado de devoción que de animadversión, tampoco va mal.

Lo bueno viene después cuando, una vez superado el primer párrafo, me paso por el forro de los ovarios lo de escribir de lo que hablo –o título- y os coloco el rollo que me interesa. Asumidlo, sé que sólo así, recurriendo a lo que podría llamarse un burdo ejercicio de 1º de manipulación, existe alguna posibilidad de que mostréis un mínimo interés por… Rosalía. Pero no por la Rosalía “fenómeno social” sino por la de mi periferia atlántica. Conste que no la he escogido a ella como gancho para esta columna porque me despierte una gran simpatía –y pido perdón a su Iglesia por la blasfemia- sino porque en tiempos en los que los titulares enredan entre fronteras, ayudas humanitarias, machistas con faldas, feministas con pantalones, pobres de autor y pobres sin derechos, su Oda al Caldo me parece todo un símbolo universal.

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Rosalía de Castro nació un 24 de febrero de 1837 y sale en la Wikipedia. En mis tiempos, incluso se hacía un hueco en los libros de texto de literatura como “precursora de la poesía española moderna, junto a Gustavo Adolfo Bécquer”. Y en los tiempos de ahora viene a ser un poco como Machado, citada por igual a derecha e izquierda. Reivindicada, obvio, de manera diferente por zurdos y por diestros. Reinterpretada a conveniencia, como no podía ser de otra manera, según cómo sople el viento. Sea como fuere, el caso es que era una tía que escribía sobre tías, sobre tíos, sobre desahucios, sobre inmigración, sobre país, sobre idiomas… o sea ¿sobre los mismos temas que aún hoy son noticia?

Visto así, una de dos, o fue gafe o fue visionaria. En cualquier caso, ahora quizás entiendo algo mejor lo de su tristeza porque, las cosas como son, encasillarla en el romanticismo ramplón de “golondrinas y balcones” no, pero la alegría de vivir… como que tampoco. De entre todo su legado, he elegido la metáfora del Caldo –el “Caldo de Gloria” con el que se conmemora su figura en Galicia cada 24 de febrero, a través del programa de actividades que organiza la Fundación que lleva su nombre- por muchos motivos, pero el más importante, aún a riesgo de que me llaméis frívola, es por el verde de los grelos.

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Me gusta el verde. El verde es el color de la esperanza y yo, lo siento mucho, pero me niego a pensar que, aunque la historia es terca, estemos condenados a vivir siempre bajo una Negra Sombra. Si con un trozo de unto viejo, unas berzas y unas patatas, ella fue capaz de alimentar a todo un pueblo, el de los humildes ¿por qué no mancharnos también nosotros las manos de tierra y barro y aportar algo de dieta sana a una campaña enferma?

Enferma y casi en delirio -¡Y aún estamos empezando!- Sólo así se explican las declaraciones que oigo como una cacofonía, ya desde cama, en las que Pablo Casado amaga con purgar a quienes trabajan en la lucha contra la violencia de género y Santiago Abascal nos advierte a las mujeres que mucho ojito con las cosas que nos metemos dentro y que después salen por la vagina ¡Que a saber el tipo de perversiones practican en su casa! 

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Ah ¿cómo? ¿Que lo he dicho al revés, lo que ha dicho uno realmente hay que atribuírselo al contrario? Bueno, para el caso, es lo igual. Oído lo oído, hasta el mismísimo Papa casi les adelanta por la izquierda, con eso de que el feminismo es machismo con faldas. Según cómo se mire, hay casos en los que lleva razón, pero eso sería tema para una columna propia. Romper el techo de cristal para esnfrarse aplicando el mismo modelo de conducta que el patriarcado es caer en su trampa ¡ojo! no lograr el objetivo de una sociedad igualitaria. Aunque lo sé, lo de su Santidad iba por otros derroteros.

Lo que más me ha jodido de los titulares de estos días, con todo, ha sido lo de los pobres. Esos para los que cocinó, literalmente, Rosalía. Los que no tienen nada que llevarse a la boca y huyen, por tanto, de sus países, en busca de un poco de “unto viejo”. Y los que no tienen techo donde cobijarse, o sí lo tenían pero otro tipo de buitres que no vemos, pero que son tan capullos y reales como los de la famosa fotografía de Kevin Carter se lo ha arrebatado. Lo más tóxico de este menú es la hipocresía de sus chefs. Un Pedro Sánchez que a unos les roba derechos en forma de menos concertinas pero más vallas, y más altas; y a otros les regala los que se embolsaría él como autor. Los otros pobres, los pobres con casa –ESPAÑA- pero sin hogar. Que digo yo que a estos últimos igual les hacía un favor mayor regalándoles el famoso colchón del que se deshicieron en la Moncloa que donando los beneficios de Manual de Resistencia, aunque este llegue a superventas.

Rosalía lo denunció hace dos siglos.

Nin pedra deixaron, en donde eu vivira;
sin lar, sin abrigo, morei nas curtiñas,
ó raso cas lebres dormín nas campías;
meus fillos… ¡meus anxos!… que tanto eu quería,
¡morreron, morreron, ca fame que tiñan!

Y el poema seguía…

-Salvádeme, ¡ouh, xueces!, berrei… ¡Tolería!
De min se mofaron, vendeume a xusticia.
-Bon Dios, axudaime, berrei, berrei inda…
Tan alto que estaba, bon Dios non me oíra.

¿Ahora lo entendéis, verdad? Lo de: “Rosalía –mundo- no te tolero”.

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