sábado, 20 de abril del 2024

El PP gallego se pliega al “espíritu de Colón” y veta la transferencia del salvamento marítimo

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Xosé Mexuto
Xosé Mexuto
Periodista
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La elección de Pablo Casado al frente de la dirección del PP estatal -proceso traumático al producirse sobre las cenizas del marianismo-­ y su deriva derechista ha puesto en no pocos problemas al aparato de la organización en Galiza. Es cierto que Feijóo apadrinó la candidatura del ex presidente de Nuevas Generaciones, pero también es verdad que lo hizo de forma un tanto clandestina, hasta el punto de que fingió equidistancia hasta el final del congreso. En realidad, Feijóo hizo más campaña en contra de Soraya Sáenz de Santamaría -su eterna enemiga, a la que imputa la puesta en circulación de sus célebres fotos con el narcotraficante Marcial Dorado- que a favor de Casado.

Los problemas para Feijóo fueron en aumento cuando Casado selló sin complejos una alianza con la ultraderecha para echar al PSOE de la Junta de Andalucía. Ya era inocultable un giro derechista que en nada beneficia al PPdeG. Tengamos en cuenta que el PP en Galiza es un partido político que ocupa toda la derecha y buena parte del centro sociológico. De otra forma no hubiera podido obtener el 47 por ciento de los votos en las últimas elecciones al Parlamento gallego (octubre de 2016). No hace falta ser un avispado gurú demoscópico para advertir que un corrimiento excesivo hacia posiciones extremistas en el eje derecha-izquierda podría poner en riesgo los caladeros de voto más templados del partido.

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Feijóo optó entonces por poner cierta tierra de por medio dialéctica sobre las posiciones más conservadoras -mejor dicho, reaccionarias- de Casado y algunas de sus declaraciones evocaron los registros más templados de Mariano Rajoy, el líder caído y súbitamente desaparecido de la escena. Monte Pío, la residencia oficial de la presidencia de la Xunta, fue dosificando ciertos matices en la retórica del PPdeG que permitían trazar finas líneas de separación de la brocha gorda con la que Casado -aznarismo puro y duro, esto es, neoliberalismo y centralismo- pintaba su discurso.

El 23 de enero, en un gesto perfectamente medido, Feijoo escenificó una primera línea de ruptura clara con el neo-aznarismo de Casado. Si Génova defendía el avance hacia la recentralización de competencias en materias tan significativas como la sanidad o la educación -azuzados por un Vox que directamente pide la supresión de las autonomías-, el PPdeG apoyaba sorpresivamente en el Parlamento de Galiza una iniciativa del Bloque Nacionalista Galego para elevar el techo competencial del país a la altura como mínimo de Euskadi y Catalunya. Este gesto provocó estupefacción tanto en parte de la opinión pública gallega como en el alto mando del partido en Madrid.

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Monte Pío se afanó entonces en comunicar a Génova que se trataba de un movimiento táctico para no entregar el discurso autonomista a la oposición. El argumento básico transmitido a Madrid es que si en Galiza no existe una fuerza política nacionalista de derechas es porque históricamente el PP, desde Fraga, supo asumir determinadas formulaciones propias de un cierto regionalismo. Irse al españolismo puro y duro sería dejar huérfano de representación un significativo sector de la sociedad gallega.

Casado lo dejó pasar. Sólo aparentemente. Más bien, dejó pasar el tiempo, esperando la oportunidad para cobrarle la factura a Feijóo.

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No pasó demasiado tiempo. Sólo semanas. Estalló entonces el confuso episodio del relator, la supuesta concesión de Sánchez a Barcelona para conseguir el apoyo independentistas a las cuentas del estado. El bloque de derechas salió en tromba como un solo hombre contra la Moncloa. Y llamó a las masas a manifestarse en la plaza de la bandera gigante, el domingo 10 de febrero. Un bloque inclusivo, tan inclusivo que las puertas de la convocatoria no sólo se abrieron para Vox, sino también para la Falange española, para toda la constelación del neo-franquismo sociológico que aún anida en la península.

Génova llamó entonces a Monte Pío. El partido tiene que estar todos a una en Colón. Sin ninguna excepción, aquí no vale borrarse. La respuesta fue que el presidente (Feijóo) estaba en Estados Unidos en viaje oficial. Excusas, eso son excusas, se altera la agenda presidencial y punto, se dijo imperativamente desde Madrid. Feijóo recibió una llamada en Miami y estuvo de acuerdo en adelantar su regreso a Galiza. Estaría en Colón, como también Moreno Bonilla. Prietas las filas.

Colón fue un pinchazo, poco más de 45.000 personas, pero el discurso oficial es que fue un éxito. El aparato de propaganda de Génova incluso acuñó una expresión, El Espíritu de Colón, la nueva consigna para galvanizar los cuadros dirigentes de la organización, y movilizar sus bases, en todo el estado.

Pues bien, ese espíritu se apareció este martes en el Parlamento gallego. Se debatía una iniciativa del BNG para la transferencia a Galiza de las competencias sobre salvamento marítimo. El resultado fue que el PPdeG se desdijo a sí mismo, olvidó la retórica del 23 de enero -la equiparación del techo competencial con Euskadi y Catalunya- y votó contra la iniciativa de la formación que lidera Ana Pontón. Lo hizo además con argumentos que hubiese utilizado sin dudar Ciudadanos o el mismísimo Vox. «Tener competencias no es garantía» de mayor seguridad en el mar, dijo la diputada conservadora Teresa Egerique. La clave estaría en disponer de más medios. No los hay, vino a decir, porque el PSOE ha pactado con Podemos unos presupuestos pésimos para Galiza.

El PSdeG-PSOE tampoco apoyó la iniciativa del BNG, que sólo fue respaldada por En Marea. Entre otras razones, los socialistas, que optaron por la abstención, alegaron que la propuesta de la formación soberanista hacía tabla rasa del hecho de que a la luz de la Constitución española la marina mercante es una competencia exclusiva del estado.

Esta, en todo caso, ha sido una escaramuza de las muchas que quedan por delante en un horizonte salpicado de citas con las urnas. En la política gallega nada se puede dar por definitivo. El PPdeG volverá a vestir el traje autonomista cuando le convenga. Ahora estamos en período pre-electoral y al aparato de Monte Pío le inquietan ciertos tambores demoscópicos que anuncian la irrupción de Vox en algunas de las ciudades gallegas. Hacer guiños a su electorado más españolista puede estar ahora hasta indicado. Otra cosa distinta será la campaña de las elecciones gallegas de 2020. En ese escenario es probable que Feijóo vuelva a mostrarse distante con los rasgos más duros del neo-aznarismo.

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